miércoles, 30 de diciembre de 2009
LEER EN VACACIONES: UN BUEN EJEMPLO DE CAMBIO
jueves, 10 de diciembre de 2009
Sobre el asunto de la sublimación y la inmediatez
Nicolás Castro: Amenazar y hacer
Sobre el asunto de la sublimación y la inmediatez
Por : Martha Fajardo Valbuena
"Es imposible clavar un puñal en un pecho, porque antes hay que atravesar el espacio de la vacilación, y después el espacio del arrepentimiento, y después el cálculo de los efectos, y después el abismo que hay entre el pensamiento y la acción." Zenón de Elea
Me encantan los computadores, me gusta ver en la pantalla mis ideas escritas y cuando hago un poema me fascina poder ver cómo se vería su cuerpo. Porque los poemas tienen cuerpo y cuando uno hace uno le gusta que sea gordito o delgado, que tenga más o menos las mismas proporciones en cada verso o, lo contrario, que haya un verso muy corto, uno largo y otro medio, en fin. Así somos las personas llamadas “sensibles o creativas, o desocupadas”.
El correo electrónico me fascina porque puedo tener contacto con mis amigos, enviarles poemas, artículos que escribo, cuentos y reflexiones que voy encontrando. Rara vez envío forward porque me parecen lugares comunes. El chat me gusta pero poco porque soy siempre una desordenada al hablar, divago mucho, hago digresiones y entonces chatear conmigo es una tortura. Pero me emociona saber que puedo hablar con alguien al otro lado del mundo. No me gustan las cámaras pero cuando he podido hablar por cámara también me ha parecido emocionante. Ni qué decir de los blogs y del facebook, todos espacios que uso, con medida, porque yo no tengo 600 amigos, sino solo 20 0 23 que son mi familia y mis amigos de veras con quienes compartimos ideas y fotos y estados de ánimo.
Sin embargo, no soy fanática ciega de la red. Sobre tod,o porque se que en ella la privacidad es una utopía. Es decir, se que cada cosa que escriba en ella puede ser vista y revisada .La transparencia en la red es la orden del día, algo así como las casas de Orwell en las que nada está oculto. Por internet he expresado muchas veces mis opiniones contrarias a ciertas acciones del gobierno actual. El gobierno de Alvaro Uribe es un gobierno que, a mi parecer, es inconsecuente y mentiroso. Cada vez que me indigna algo escribo una nota o un artículo de opinión, lo pego en mi my espace o lo envió por correo a mis amigos. Por lo general, no insulto con groserías, lo mío es insultar con argumentos, es decir, demostrar que el otro está equivocado o se contradice, eso, a mi modo de ver es el más refinado de los insultos y tiene una ventaja: no provoca resentimiento en el adversario porque este queda en situación de debilidad y , a veces, de vergüenza.
Dicen los psicólogos que uno se la pasa sublimando, es decir, cuando uno no puede hacer algo que desea lo convierte en otra cosa pero creativa. Por ejemplo si uno no puede obtener el amor de alguien entonces hace un poema, escribe un cuento o compone una canción. “amé ardientemente a una persona y no fui correspondido, no obstante, ese amor ha inspirado estas líneas” dice Withman en uno de sus poemas y es cierto, al menos lo es para alguien que vive en el mundo de la creatividad. De la ira, la decepción, la frustración y el desencanto han surgido geniales obras de arte. Los que conocemos el “Guernica” de Picasso sabemos que ese pueblo y ese evento de guerra que generó ese cuadro fragmentado en el que todo está mutilado ya habrá curado sus heridas, pero la indignidad y el horror de la guerra quedaron plasmados en la obra del español y eso es casi eterno.
Recuerdo a Paul Eluard y su poema Liberté.("Por el pájaro enjaulado,por el pez enla pecera por mi amigo que está preso porque ha dicho lo que piensa...") Claro que digo "recuerdo" aunque yo no haya vivido el momento en el que se lanzaba este poema desde los aviones sobre la París ocupada. Lo recuerdo porque lo he leído, lo he cantado en la voz de Nacha Guevara y en mi voz en la ducha. Los momentos de la ocupación nazi fueron de gran dolor para el mundo, como los momentos que generan todas las guerras de lado y lado entre las poblaciones civiles.
Me pongo a pensar qué habría pasado si Withman, Picasso, Eluard y muchos otros se hubiesen dedicado a insultar a aquellos contra los que escribieron y pintaron. Si en vez del pincel o las rimas hubieran utilizado exclusivamente la grosería o la amenaza. Tal vez los habrían matado o reprimido o ignorado o catalogado de inmaduros y mal educados. Lo crucial de las respuestas de estos hombres fue que hicieron, con su frustración y su dolor, arte, arte que reclama y que es testimonio: arte sublimado.
Frente a las situaciones que nos indignan hay muchos caminos para responder. Eso depende del mismo medio en que estamos como de las disposiciones personales. Para algunas personas la situación es de tal frustración y dolor que no les queda más que quedarse calladas, entran en shock, no dan crédito a lo que pasa. Para otras, el camino es la indiferencia, no porque sean malas personas sino porque no quieren sentir dolor y se evaden, algunas otras sienten que no hay camino, que entre la agresión y la pasividad prefieren agredir y entonces maldicen, amenazan, blasfeman, insultan o van a acción. Estas personas tienen lo que, en psicología, se conoce como un problema de asertividad, porque no son capaces de hacer un reclamo o expresar una emoción de modo equilibrado y por eso agreden.
En mi trayectoria como maestra he encontrado que los colombianos tenemos graves problemas de asertividad, somos un pueblo que se auto censura. Ni tontos que fuéramos, la historia nos ha mostrado que hablar y opinar no es buen negocio en un país que no exilia sino que elimina a los que dicen de frente lo que piensan sobre los asuntos públicos. El caso de Jaime Garzón, o de tantos otros acallados por criticar, se convierte en explicación de por qué los colombianos evadimos decir lo que pensamos. Sin embargo, hay muchas personas jóvenes que quieren decir lo que opinan, para defender o para atacar lo que pasa políticamente en Colombia. Lo que veo es que continuamente estos jóvenes pierden la cabeza en los debates, se dejan llevar por la emoción, claro si hasta nuestro presidente lo hace. Porque nuestro país es un lugar en el que la política se rige por la emoción y no por la razón. Y, peor aún, se rige por el sentimiento inmediato y no por la sublimación.(se reacciona antes que responder) Sólo así me explico que un estudiante aventajado de artes plásticas haya escogido el camino de la amenaza y el insulto para hacer su protesta por la masacre del Salado y no haya hecho una obra plástica que nos dejara a todos sin palabras, consternados, tristes, indignados, culpables, silenciosos, reflexivos.
El problema de Nicolás Castro y por el que me preocupo personalmente es por su inconsecuencia. Me encantaría ver de qué modo este muchacho plasma su dolor frente a los eventos del salado, cómo los convierte en testimonio cultural, cómo logra dejar, para la historia, su grito de protesta .Espero que si lo encarcelan él tenga tiempo para convertir su dolor en arte y, si no, entonces que aproveche la fama para mostrarnos su talento y su aprendizaje. La obra de arte es producto de un pensamiento maduro y, seguramente, la experiencia de salir de la burbuja y entender este mundo de relaciones de poder y ejercicio de la fuerza generará en Nicolás lo necesario para hacer su mejor protesta.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
VISITA DE CRISTIAN VALENCIA
martes, 17 de noviembre de 2009
Fabian Sierra: Segundo lugar en concurso de minicuento
miércoles, 11 de noviembre de 2009
El Adverbio y el adverbio "donde"
El adverbio.
El adverbio es una clase heterogénea de palabras, con una función sintáctica predominante ( complemento circunstancial ), pero no exclusiva, puesto que puede cumplir otras funciones. Sin lugar a dudas, el adverbio tiene una relación mayor con el verbo, de donde toma el nombre: « ad-verbum » = « junto al verbo ».
1. Características morfológicas.
Formalmente el adverbio se caracteriza por ser una parte invariable de la oración, es decir, es una clase de palabras que no posee género, número, persona, tiempo, etc. Permanece "siempre" con la misma forma; esto es de gran ayuda para distinguir, por ejemplo, los adverbios de cantidad de los adjetivos indefinidos.
No obstante lo dicho, algunos adverbios si que pueden recibir ciertos morfemas:
Apreciativos, como los sustantivos y adjetivos, especialmente los diminutivos. No siempre tienen un valor diminutivo; frecuentemente añaden un valor afectivo. Ej: Ayer me levanté tempranito. Ahorita lo hago.
Morfemas de grado, como los adjetivos: Ej: Vive lejísimos.
2.Clasificación según sus monemas.
Según su composición morfológica, es decir, según los monemas que las compongan, se dividen en tres clases:
Simples: son aquellos que están compuestos por un sólo monema, con significación léxica. Ej: hoy, mañana, tarde, ahora, ahí.
Compuestos: se forman con un adjetivo en grado positivo más el morfema -mente,es decir, están compuestas por dos monemas. Por ejemplo: buenamente, rápidamente, felizmente.
Locuciones adverbiales: están compuestas por varias palabras. Forman un conjunto que no es susceptible de ser analizado sintácticamente. Poseen un significado distinto a la suma del significado de las palabras aisladas. Ej: a lo loco, a ciegas, a pies juntillas, en un abrir y cerrar de ojos.
3.Clasificación según su significado.
También cabe clasificarlos según el modo de significar dentro de la oración:
Situacionales: Tienen significación deíctica y situan la acción respecto al tiempo y lugar dentro del discurso. Por ello, alguna se relacionan estrechamente con los adjetivos demostrativos y pronombres personales, con los que comparten su valor deíctico.
Lugar: aquí, acá, ahí, allí, encima, debajo, cerca, lejos, enfrente, alrededor..
Tiempo: ahora, hoy, ayer, mañana, pasado mañana, pronto, tarde, anoche, antes, después, últimamente, próximamente
Conceptuales: Tienen una significación permanente, independiente del discurso.
Cantidad: muy (mucho), más, poco, bastante, demasiado, nada...( Se confunden fácilmente con los indefinidos )
Modo: bien, mal, despacio, aprisa, apenas, aposta, así, libremente, cortésmente, a hurtadillas...
Oracionales : Su significado afecta a toda la oración.
Afirmación: sí, claro, ciertamente, en efecto, efectivamente,
Negación: no, nunca, jamás, tampoco
Duda: quizá, tal vez, acaso, posiblemente, a lo mejor, seguramente...
3.1. Los pronombres relativo-adverbiales.
Hay un número determinado de adverbios ( donde, como, cuando )que están emparentados con los pronombres relativos. Sirven de nexo de proposiciones adjetivas. Tienen un antecedente, con el que están relacionados, al que sustituyen en la oración. Ej: Desde mi ventana se ve el jardín donde juegan los niños.(CCL)
La única diferencia entre los pronombres relativos y estos pronombres relativo-adverbiales es que estos cumplen siempre la misma función sintáctica: son siempre complementos circunstanciales de lugar, tiempo y modo.
3.2.Adverbios interrogativo-exclamativos: Introducen oraciones interrogativas o exclamativas. Son cómo, cuándo, dónde, por qué.
4. Función.
El adverbio se caracteriza porque es un elemento dependiente: puede modificar a una oración entera, a un verbo, a un adjetivo, o a otro adverbio.
Complemento circunstancial de un verbo, dentro de un predicado nominal o verbal. (CC) Ej. Los alumnos llegaron tarde a clase. Mi padre estuvo ayer enfermo.
Modificador directo de un adjetivo, en un sintagma adjetival. (MD).Ej: Estaban bastante cansados de jugar.
Modificador directo de otro adverbio, en un sintagma adverbial (MD). Ej: Jugaron aceptablemente bien.
Modificador de una oración o proposición. Ej: Afortunadamente, no ha pasado nada. Me dijo ayerque quizá hoy no vendría.
Tomado de : http://mimosa.pntic.mec.es/ajuan3/lengua/adverbio.htm.recuperado en noviembre de 2009.
Fundéu observa el mal uso del adverbio ´donde´
La Fundación del Español Urgente, Fundéu, patrocinada por el BBVA y la Agencia Efe, en su análisis diario del uso del español en los medios de comunicación y en su atención diaria al servicio de consultas sobre dudas lingüísticas, ha observado que en ocasiones se utiliza el adverbio "donde" erróneamente.
EFE El uso de este adverbio con antecedente temporal es arcaico y actualmente tiene un carácter coloquial. "Fueron años donde viví muy feliz", en lugar de "Fueron años en los que viví muy feliz" o "Fueron años durante los cuales viví muy feliz".
En estos casos deben usarse los relativos "el que", "la que, "los que", "las que", "el cual", "la cual, "los cuales", "las cuales" precedidos de la preposición correspondiente.
De igual modo puede emplearse el adverbio relativo cuando. No debió decirse "Será el mes próximo donde cambie la hora" sino "Será el mes próximo cuando cambie la hora".
También es coloquial y propio de zonas rústicas el uso de donde con valor de conjunción temporal equivalente a cuando, sobre todo en el español de América. (con mucho dolor tenemos que reconocer que muchas personas están cometiendo este error)
Por ejemplo no debería decirse "La conferencia fue un fracaso donde se esperaba que fuera un éxito" sino "La conferencia fue un fracaso cuando se esperaba que fuera un éxito".
La Fundéu, cuyo principal objetivo es el buen uso del español en los medios de comunicación, está presidida por el director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha (…)
Tomado de: http://terranoticias.terra.es/articulo/html/av22116280.htm. Recuperado en noviembre de 2009.
Página recomendada: Manual de español urgente de la fundación Fundéu. Allí se encuentran explicaciones sencillas y ejemplos que nos explican por qué o cuándo se comenten errores gramaticales. Es una página pensada para periodistas y por ello tiene ejemplos cotidianos que nos pueden ser muy útiles a la hora de escribir. http://www.fundeu.es.
martes, 10 de noviembre de 2009
Queismo y dequeismo
El dequeísmo es uno de los errores gramaticales más comunes hoy en día. Pero por temor a incurrir en ella se ha creado otro peor: el queísmo ( o antidequeísmo.)
En la frase “estoy seguro de que ustedes entenderán” no se debe eliminar la preposición de.
Este es uno de los casos en que es correcta la utilización del “De que”.
Existe una fórmula sencilla para saber cuándo ocurre esto, basta con oponer en forma de pregunta la frase que se va a decir, y si la pregunta exige el de, la frase expositiva también deberá llevarla.
Aplicando la fórmula en la frase de ejemplo “Estoy seguro de que ustedes entenderán” surgen dos formas de hacer la pregunta, utilizando el "qué" y otra con el "de que":
<¿Qué estoy seguro?
<¿De qué estoy seguro?
Vemos que la primera no encaja en la pregunta, mientras que la segunda si surge natural la utilización de la preposición "de qué", luego la frase expositiva deberá construirse con el "de que"
Miremos otro ejemplo:
“Yo pienso de que no vendrá
Aplicando la fórmula, nos hacemos las preguntas
Qué pienso?
¿De qué pienso?
Es claro que la pregunta “¿De qué pienso?” no encaja, mientras que la primera ¿Qué pienso? si se lee natural, luego en ese caso no se debe utilizar el de que.
Lo mismo ocurre en las siguientes locuciones:
¿De qué me di cuenta? Me di cuenta de que…
¿De qué me alegré? Me alegré de que…
¿De qué estoy convencido? Estoy convencido de que…
¿De qué tiene idea? Tiene idea de que…
¿De qué tengo el presentimiento? Tengo el presentimiento de que…
Por el contrario, con otros verbos, que son transitivos, la pregunta no lleva el de, por lo tanto no se dice:
¿De qué pienso?
¿De qué creo?
¿De qué dije?
Sino
¿Qué pienso?
¿Qué creo?
¿Qué dije?
Y las respuestas serían:
“Pienso que”, y no “pienso de que”
“Creo que”, y no “creo de que”
“Dije que”, y no “dije de que”
Pero no siempre la preposición de y la conjunción que tienen que ser consideradas como erróneas. Todo lo contrario, no utilizarlas nos haría caer en un grave error. Algunos verbos obligan la utilización de la preposición de, por lo que su ausencia o la de cualquier otra preposición también ha de considerarse un error, denominado queísmo:
*Me alegro que hayas podido viajar.
(Debe decirse: Me alegro de que hayas podido viajar).
*Me acuerdo que siempre jugábamos en el colegio.
(Debe decirse: Me acuerdo de que siempre jugábamos en el colegio).
*Insistió que teníamos que volver.
(Debe decirse: Insistió en que teníamos que volver).
*Confío que me puedas ayudar en el traslado.
(Debe decirse: Confío en que me puedas ayudar en el traslado).
Por último, el dequeísmo también podemos encontrarlo en oraciones sustantivas que hacen la función de complemento de régimen en donde la preposición de viene a sustituir a la que rige el propio verbo:
*Confío de que esté en su casa.
(Debe decirse: Confío en que esté en su casa).
*Me fijé de que era la misma persona .
(Debe decirse: Me fijé en que era la misma persona).
*Insistió de que los visitáramos.
(Debe decirse: Insistió en que los visitáramos).
Tomado de:http://linguanauta.blogspot.com/2008/05/dequesmo-y-quesmo.html
martes, 3 de noviembre de 2009
Margerys campo: De nuevo ganadora
viernes, 23 de octubre de 2009
Minicuentos en el Festival de los Ocobos
El 15 de octubre algunos de los talleristas de RENATA-Ibagué presentaron sus trabajos de minicuento en la Biblioteca Darío Echandía.Esta vez contamos con la muy amable compañía del escritor Jesús Alberto Sepúlveda quien condujo la charla y la presentación de nuestros compañeros de taller.
Lanzamiento del libro: Una mujer difícil y otros relatos de Libardo Vargas Celemín
Lanzamiento del libro:Una mujer dificíl y otros relatos de Libardo Vargas Celemín
En el marco de XI Ciclo de Conferencias Ciudadanos del Mundo en Ibagué, organizado por la Vicerrectoría Académica y el Centro Cultural de la Universidad del Tolima, se presentó el martes 13 de octubre, el libro "Una mujer difícil y otros relatos" de Libardo Vargas Celemín.
La presentación estuvo a cargo de los escritores Benhur Sánches y Jorge Ladino quienes exploraron el mundo narrativo propuesto por Vargas Celemín desde una teorización contemporánea del minicuento y la minificción.
Renata-Ibagué asistió al lanzamiento de este libro para acompañar al profesor Libardo quien es cercano a nuestro taller y durante muchos años ha sido pionero de los talleres de poesía y narrativa en el Tolima.
A continuación transcribimos las palabras del escritor Carlos Orlando pardo que, en su blog, "desde el rincón santo" hace una valoración muy interesante sobre el libro de Libardo Vargas:
"Una mujer difícil y otros textos breves, me regresan como lector de Libardo Vargas a su impecable prosa rítmica, al ingenio en la selección de sus temas, al impacto por la acertada economía del lenguaje, al recurso nada fácil de sus finales sorpresivos y al paisaje del desasosiego con sus personajes mordiendo siempre la derrota. Se trata de un autor más que decoroso en medio de una región donde abunda la publicación de libros de una cuestionable calidad. Particularmente en esta obra, Libardo Vargas parece jugársela toda en la búsqueda incesante de argumentos curiosos que rayan en lo insólito de una ficción habitada de asombros. Es este el primer volumen de cuentos que históricamente en el Tolima se cubre todo del relato breve, la mini ficción, el mini cuento, el micro cuento, en fin, cuanto apelativo colocan los buscadores de nombres para bautizar una manera de narrar pequeñas pero luminosas historias. Tal género empieza a imponerse con demasiada fuerza en América Latina, un continente perezoso para leer obras de gran aliento como no ocurría en el pasado, pero que ahora, con lo refulgente de la abreviación, hacen del relámpago su luz y su morada, así no quede más allá de la sorpresa inicial sino lo radiante del instante, la mayor parte de las veces sin profundidad.Sin duda, Libardo Vargas tiene aquí con qué seguir como un escritor destacado dentro del panorama de la literatura colombiana. Pero no es gratuita su salida sino el producto de la reflexión y de un oficio asumido con verdadera responsabilidad, alejado de la improvisación y del azar. Él ha demostrado gran rigor en cuanto a la publicación de sus libros porque no conserva el afán de darlos a conocer antes de tiempo. Son cuatro volúmenes de cuentos a lo largo de veinte años dentro de un oficio literario en el que lleva ya, por lo menos, el no despreciable espacio de tres décadas. Su vocación temprana por la lectura y la escritura de textos, por la investigación y el análisis, por la mesura y la serenidad alejada de los aspavientos arribistas y de figuración, nos dejan al frente de quien asume la tarea con compromiso y con talento, hasta el punto en que el resultado de su disciplina lo tiene ya en el inventario indispensable y poco numeroso de los autores del Tolima para Colombia y América Latina. Es un escritor cuya obra no sólo ha sido seleccionada para integrar varias importantes antologías y para ser galardonado en concursos literarios, sino que abunda en su brevedad y en la acertada eficacia.El de Libardo Vargas es un libro que gusta como una muchacha bonita muy bien puesta y con la que uno puede acompañarse sin sentir cansancio. Por el contrario, como en los esplendorosos momentos del amor, el tiempo pasa sin advertirlo para dejarnos al final la grata sensación de haber estado convenientemente acompañados. Y eso que no son pocos los malos minutos por historias que debido a su trama nos indignan y nos alborotan la conciencia. Lo bueno, en conclusión, es que al leer tanto libro indeseable por lo mal escritos y de los que abundan por el entorno, aquí nos encontramos con un narrador de altos quilates.Sus temas aluden a una época actual en donde tienen su espacio los equívocos médicos, la nostalgia por la esquina del barrio, el humor y la ironía como un componente escaso en nuestra literatura. Qué no decir de los sarcasmos y las parodias, de los ribetes poéticos en algunas historias, de los bancos o de los edictos, de los avisos clasificados o la globalización, de los currículos o de las amantes de fin de semana, de los diarios íntimos o las llamadas por celular, de las oficinistas y las anoréxicas, de los perdones y de los olvidos, del espacio público, de la moda y de las estadísticas, de las cifras oficiales o de la retórica, de la farsa de la vida social con su maquillaje continuo de hipocresía, en fin, un universo maravilloso que remata con textos para especialistas al ficcionalizar obras, escritores y personajes literarios con un fino y bien manejado simulacro. Sin decepción alguna y en la seguridad de disfrutarlo, bien vale la pena acercarse a las páginas con que Libardo Vargas regala con su oficio a los lectores colombianos, luego de varios años de silencio calculado. "
Tomado de :http://desderinconsanto.blogspot.com/2009/10/la-mujer-dificil-de-libardo-vargas.html
martes, 20 de octubre de 2009
Ganadores del concurso de Poesía Festival de los Ocobos: RENATA -Ibagué
miércoles, 14 de octubre de 2009
TEORIAS Y CONSEJOS PARA CUENTISTAS ILUSIONADOS
http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1248
“No debería haber una sola palabra en toda la composición cuya tendencia, directa o indirecta, no se aplicara al designio preestablecido”. Edgar Allan Poe, “Hawthorne y la teoría del efecto en el cuento”.
“Al planear un cuento uno tiende a pensar primero sobre su marco: de una multitud de protagonistas y personajes secundarios uno elige sólo a una persona —esposa o esposo—; lo pone sobre el lienzo y lo pinta solo. Haciéndolo sobresalir, mientras distribuye a los otros sobre el lienzo como centavitos sueltos, y el resultado es algo así como el firmamento: una gran luna rodeada de muchas estrellas pequeñas”. Chejov, “Cartas sobre el cuento”.
“No debes dar al lector ninguna oportunidad de recuperarse: tienes que mantenerlo siempre en suspenso... Las obras largas y detalladas tienen sus propios fines particulares, que por supuesto requieren de la ejecución más cuidadosa... Pero en los cuentos es mejor no decir suficiente que decir demasiado, porque... porque... No sé por qué”. Chejov, “Cartas sobre el cuento”.
“La teoría del iceberg de Hemingway es la primera síntesis de ese proceso de transformación: lo más importante nunca se cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión”. Ricardo Piglia, “Tesis sobre el cuento”.
“El desenlace en la narrativa, el efecto buscado en todas las demás composiciones, debería haber sido considerado y arreglado de manera definitiva antes de escribir la primera palabra; y ni una palabra debería entonces escribirse que no tendiera —o formara parte de una oración tendiente— hacia el desarrollo del desenlace o al fortalecimiento del efecto”. Edgar Allan Poe, “Sobre la trama, el desenlace y el efecto”.
“Esa técnica no implica, como se piensa con frecuencia, el final sorprendente. Lo fundamental en ella es mantener vivo el interés del lector y por tanto sostener sin caídas la tensión, la fuerza interior con que el suceso va produciéndose. El final sorprendente no es una condición imprescindible en el buen cuento... Un final sorprendente impuesto a la fuerza destruye otras buenas condiciones en un cuento. Ahora bien, el cuento debe tener su final natural, como debe tener su principio”. Juan Bosch, “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”.
“Los detalles son también la clave. Dios nos libre de los lugares comunes. Primero que nada, evita describir el estado interior del héroe; tienes que tratar de que se aclare a partir de sus acciones... El centro de gravedad debe estar en dos personas: él y ella”. Chejov, “Cartas sobre el cuento”
“Para describir una banda de cuatreros en 700 líneas yo tengo que pensar y hablar todo el tiempo como ellos, sentir con sus sentimientos; de otro modo, si permito que se introduzca mi subjetividad, la imagen se desdibujará y el cuento no será ya tan compacto como todo cuento debe ser”. Chejov, “Cartas sobre el cuento”.
“El comienzo de mis cuentos es siempre tan prometedor y parece como si fuera el comienzo de una novela, la mitad es apretujada y tímida, y el final es como un esbozo breve, como fuegos artificiales”. Chejov, “Cartas...”.
“No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo”. Horacio Quiroga, “Decálogo del perfecto cuentista”.
“El consejo es sano pero no infalible, hay estilos que descansan en gran parte sobre los adjetivos. El adjetivo imprevisto y contradictorio de Borges; el adjetivo casi siempre más fuerte que el sustantivo de la obra de Mallea; el adjetivo humilde y exacto de Maupassant y el que ayuda en Poe a la obra del terror”. Sylvina Bullrich, “Refutación del ‘Decálogo del perfecto cuentista’ ”.
“El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aun a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores”. Raymond Carver, “Escribir un cuento”.
“Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden ver o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios”. Horacio Quiroga, “El decálogo del perfecto cuentista”.
“Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knockout. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases”. Julio Cortázar, “Algunos aspectos del cuento”.
“La novela es como un veneno lento y el cuento como un navajazo”. Marina Mayoral.
“La novela se desarrolla en el papel, y por lo tanto en el tiempo de lectura, sin otros límites que el agotamiento de la materia novelada; por su lado, el cuento parte de la noción de límite, y en primer término de límite físico”. Julio Cortázar, “Algunos aspectos del cuento”.
“Un cuento es una acción dramática completa, y en los buenos cuentos los personajes se muestran por medio de la acción, y la acción es controlada por medio de los personajes. Y como consecuencia de toda la experiencia presentada al lector se deriva el significado de la historia... En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas. Un buen cuento no puede ser reducido, sólo puede ser expandido. Un cuento es bueno cuando ustedes pueden seguir viendo más y más cosas en él, y cuando, pese a todo, sigue escapándose de uno”. Flannery O’Connor, “El arte del cuento”.
lunes, 5 de octubre de 2009
LA GENTE DE RENATA-IBAGUÉ EN EL FESTIVAL DE LOS OCOBOS
viernes, 25 de septiembre de 2009
Efraim Medina
DE EFRAIM MEDINA
tomado de:http://entradalibre.org/index.php?module=pagemaster&PAGE_user_op=view_page&PAGE_id=89
viernes, 11 de septiembre de 2009
Decálogo de Thomas Pynchon
Escrito por: Jesús Ortega el 23 Oct 2008 -
Hay escritores que detestan ejercer de escritores. Creen que la obra literaria se explica por sí misma, que todo lo que tienen que decir está contenido en sus novelas o en sus poemas, y rechazan entrevistas, premios, homenajes y cualquiera de las sevicias que impone la vida literaria. Desdeñan venderse a sí mismos como peponas de feria, el arduo self-marketing, la laboriosa producción de la propia presencia que forma parte enojosa e inevitable del oficio de escritor y que a menudo exige más tiempo, energía y determinación que la construcción de la obra artística.
Si hay escritores que no escriben (los bartlebys), también hay escritores que sólo escriben; no se hacen fotografías, no opinan en la prensa, no acuden a universidades de verano, no presentan libros de otros, no forman parte de jurados ni comités ni academias. Los grados de este rechazo van desde el huraño y misántropo (Rafael Sánchez Ferlosio) al misterioso (Maurice Blanchot) o al tímido (Julien Gracq).
Este rechazo a ejercer de personaje público tiene ejemplos extremadamente coherentes y espectaculares (hay quien los llama "patológicos"): Cormac McCarthy, J. D. Salinger, Thomas Pynchon.
De Pynchon no se conoce ninguna fotografía en los últimos cuarenta años. Sus editores no le han visto nunca la cara, y si le han dado premios ha mandado a falsos pynchon a recogerlos. Dicen que vive en Long Island y que está casado con una agente literaria de Nueva York. Que adora México. Pynchon se ha convertido en un pesonaje de culto, y el misterio que lo envuelve da lugar constantemente a numerosos bulos y rumores.
Marketing paradójico: cuanto más ocultas tu presencia más expectación creas en torno a ella.
En el prólogo a su libro de cuentos Un lento aprendizaje, Pynchon desgrana algunas reflexiones sobre el arte de escribir a propósito de estos cuentos de juventud que el Pynchon maduro cree cargados de defectos; una suerte de breve y lúcida poética que condenso en forma de decálogo:
.
Decálogo de Pynchon
1. Es erróneo comenzar con un tema, símbolo u otro agente unificador abstracto, y luego intentar que los personajes y acontecimientos se le adapten a la fuerza.
2. Sé demasiado conceptual, demasiado listo y remoto y tus personajes se morirán en la página.
3. Me guiaba por el lema "hazlo literario": un mal consejo.
4. Sin algún anclaje en la realidad humana, lo más probable es que uno se quede sólo con otro ejercicio de aprendiz.
5. Es una mala manera de escribir un relato: empezar con una acuñación termodinámica, los datos de una guía, y solo entonces intentar el desarrollo del argumento y los personajes. Esto es entenderlo todo al revés.
6. Entonces era joven, y me interesaba más confiar al papel una variedad de abusos, como el de escribir en un estilo recargado... Lo que puede ocurrir cuando uno emplea demasiado tiempo y energía sólo en las palabras.
7. Escribir sobre lo que se conoce. El problema es que en la juventud creemos saberlo todo, o mejor, desconocemos el alcance y estructura de nuestra ignorancia. Familiaricémonos con nuestra ignorancia, para no tener que echar a perder un buen relato.
8. Los aprendices, en todos los campos y épocas, desean ansiosamente ser viajeros.
9. El aprendizaje avanza continuamente.
10. Ya has practicado bastante. ¡Ahora escribe!
Tomado de: http://lacomunidad.elpais.com/jesusortega/2008/10/23/el-decalogo-thomas-pynchon
(THOMAS PYNCHON, Un lento aprendizaje, Barcelona, Tusquets, 1992. Traducción de Jordi Fibla)
.
El escritor argentino Rodrigo Fresán tiene un magnífico artículo sobre Pynchon en el suplemento de libros del diario Página 12:
http://www.pagina12.com.ar/2000/suple/libros/00-09/00-09-03/nota.htm
sábado, 5 de septiembre de 2009
Semillero de Nuevos escritores
Por los talleres de la Red Nacional de Escritura Creativa (Renata) han pasado 1.400 colombianos.
Tomado del tiempo.com/sep 04 de 2009
Armada de morral y gorra, como cualquier primípara colegiala, doña Bernardita Trujillo, ama de casa de Medellín, decidió ingresar hace cuatro años a la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa (Renata) del Ministerio de Cultura. Hoy, a los 84, está orgullosa de publicar Los días tostados, su primer libro de poemas.
Holguer Cruz Bueno, docente de profesión y asistente a otro de estos talleres en Bucaramanga, se convirtió en un best seller en su pueblo, Piedecuesta (Santander). Luego de que su cuento Granadillas y flores amarillas fuera escogido para una antología de la Red, la Alcaldía de la población le ayudó a promoverlo y fue tal el éxito que alcanzó los 90 ejemplares vendidos.
"Renata es un apoyo fundamental para quienes estamos trabajando la literatura en las regiones", comenta Holguer, quien también es gestor cultural y replica su experiencia a través de un taller literario que fundó en la región.
Doña Bernardita y Holguer son dos de los más de 1.400 colombianos que han pasado por estos talleres de escritura creativa, desde el 2006. En la actualidad, este programa ha diseñado 43 talleres en 27 departamentos del país.
"Renata busca reflejar la diversidad étnica, cultural y geográfica del país. Allí se construyen las buenas bases del oficio de ser escritor", explica Melba Escobar, coordinadora del área de literatura del Ministerio de Cultura.
La funcionaria destaca que además de permitir la democratización de las artes para que "todo el mundo tenga derecho a tener una formación en el campo creativo", estos talleres han sido también un semillero de nuevos escritores que están surgiendo en las regiones y hasta laboratorios de paz.
Es el caso de una señora de Medellín que llegó a los talleres cuando decidió seguir el rastro de los ratos libres de su hijo médico, y así entender por qué lo habían asesinado. O el de un soldado herido, en Florencia (Caquetá), cuyo encuentro con la escritura fue una terapia definitiva en su proceso de recuperación.
"En general, mucha víctimas del conflicto han buscado refugio en estos talleres porque la escritura les ha servido para encontrarse en el mundo", destaca el escritor Nahum Montt, coordinador nacional del programa.
Montt cuenta que por Renata han pasado todo tipo de personas: amas de casa de todos los estratos, vendedores de películas piratas, mecánicos, estudiantes universitarios, desempleados, pensionados, presos, indígenas, dramaturgos, diseñadores, publicistas y hasta escritores que ya han publicado algún libro.
"Esto permite que la gente, a través de la literatura, mire hacia adentro, pero también encuentre que tiene muchas más historias en común con su compañero de lo que hubiera imaginado. Es como entrar a un mundo en donde la gente empieza a quitarse las máscaras", agrega Escobar.
Para cubrir la gran demanda de aspirantes, Renata trabaja en tres grandes programas: 'Palabras mayores' (para mayores de 65 años), 'Libertad bajo palabra' (en 10 cárceles del país) y 'Oralitura' (recuperación de la memoria de los pueblos indígenas).
"La apuesta de Renata es a largo plazo. Esperamos que muchos de los participantes terminen convirtiéndose en gestores literarios en sus regiones", dice Escobar, quien destaca que una de las metas, en los próximos dos años, es llegar a los cinco departamentos que faltan: Arauca, Amazonas, Vichada, Putumayo y Guainía.
¿Sobre qué escriben los colombianos?
El escritor Nahum Montt destaca lo interesante que ha sido descubrir las temáticas sobre las que escriben los colombianos, que están determinadas por el género del autor, su profesión o la influencia de la zona en donde viven.
"Todavía persiste esa creencia que estamos saltando del realismo mágico a lo urbano, o que estamos con tendencias hacia la literatura sicarial. Acá hemos logrado comprobar, a través del trabajo que ha realizado Renata, que tenemos una gran diversidad temática", explica Montt.
Aunque la impronta de la violencia es permanente, los tratamientos y manejos que se le da al tema son diversos. Los participantes exploran géneros que pasan por lo fantástico, lo histórico y lo romántico (al estilo Corín Tellado).
Montt agrega que mientras en La Guajira se trabaja el lenguaje de una manera musical, por su misma idiosincrasia y las imágenes que manejan, en Barranquilla se destacan más los relatos sobre lo cotidiano, con mayor preponderancia del cuento, a partir del trasfondo histórico migrante de esa ciudad. En Cereté (Córdoba), por ejemplo, se trabaja más la poesía.
Eso confrontado con los relatos que se hacen en los Llanos Orientales, que han tenido una marcada influencia del conflicto en los últimos años. "Un participante de San José del Guaviare escribió un relato titulado Las botas de Lucho, que cuenta la historia de una señora que se levanta en la mañana, limpia unas botas y las pone a secar. Y dice: 'esas son las botas de Lucho'. Allí se encierra toda la problemática que hay detrás", cuenta Montt.
Explica que, según el perfil del autor, las temáticas también adquieren ritmos diferentes. "Los pensionados escriben de una manera mucho más lenta, no se dejan presionar por el director del taller y sus relatos suelen estar cargados de reflexiones. Los adultos mayores en este país serían grandes editorialistas".
En cambio los jóvenes escriben relatos más veloces sobre temas urbanos y de rumba. Por su parte, las mujeres son un tanto más moralistas, agrega el coordinador. Las que se encuentran entre los 40 y 50 años, se concentran más en la lucha feminista y en los dramas románticos.
viernes, 28 de agosto de 2009
¿Es esto una novela?
Es esto una novela?
Luis H. Aristizábal
Libros
Tomado de revista El Malpensante. No 99.
William Ospina
El País de la Canela
Editorial Norma,
2008
368 páginas
Si alguna lección nos dejó Fernando Charry Lara, es que el mundo de la poesía y el de la literatura son distintos, irreductibles e incluso refractarios. Sus leyes son bien diferentes. Se puede ser un gran poeta y a la vez un pésimo intelectual, o lo contrario. La aparente oscuridad de un poema era para Charry una deliciosa invitación a la magia de la sonoridad, a ir encontrando poco a poco y sin prisas todas las sugerencias y los ecos que puede despertar el ordenamiento misterioso de las palabras. El desciframiento, pues, es una operación lícita en poesía. Entre otras porque la idea poética es acomodaticia y nunca acaba de decirnos todo lo que tiene que decir.
Como el burgués gentilhombre que se maravilla al saber que habla en prosa y del cual es la contraparte perfecta, definitivamente William Ospina se levantó un día para admirarse porque aunque intentara hablar en prosa, de su boca no salía más que poesía. Acaso ese mismo permanente tono lírico atrae a todos los cantores del júbilo inmortal y hace de Ospina una de las víctimas preferidas de todo el que necesite un prólogo o un artículo sobre vaguedades sonorosas como la colombianidad o la modernidad, o la exaltación de motivos de dudoso orgullo como el mestizaje, que parten de la misma base que el nazismo: que el que no tiene de qué más jactarse, acude al color de su piel o, peor aún, de sus ideas.
Con Ospina me paseo por un terrible dilema; por una parte admiro su lenguaje. Como aventura del idioma, su obra es un constante fuego de artificio. Independientemente de su contenido, desde un punto puramente verbal, de eufonía, no admite reparos. Si el lector es el crítico esteta del que hablaba Wilde, fiel únicamente al principio de belleza en todas las cosas, la obra de Ospina satisface al más exigente de los catadores. Al que le guste la prosa lírica encontrará en él al mejor escritor del mundo. Si el lector quiere adormecerse en una melopea de palabras bonitas y soñar con mundos perdidos, estará en su elemento. Por el contrario, el que busque una historia llena de suspense o una interpretación de la realidad surgida de la reflexión intelectual, saldrá de esta selva bastante desencantado...
Cabe preguntarse: ¿El País de la Canela es una novela? No lo creo. Al menos, no funciona como tal. Ospina casi no narra; describe. Narra unos pocos sucesos y describe un montón de naturaleza. Más que contar, canta. Se me antoja más bien que se trata de la reaparición del poema épico, traducido a prosa poética. El autor hace lo contrario que don Juan de Castellanos, quien tradujo a octavas reales su libro de elegías en prosa, hoy perdido. Los títulos de los capítulos corresponden a la epopeya y, desde luego, la estructura simétrica de los capítulos (cantos) responde a una visión épica.
Acaso la gran novela colombiana escrita en prosa poética, casi desprovista de acción, es La nieve del almirante de Álvaro Mutis (1986), quien condescendería en sus siguientes novelas a ser más narrativo y por ende más prosaico. Tal vez advirtió que en el relato es imposible hacer prosa poética todo el tiempo, a menos que se quiera terminar en un horrible cuento modernista, y que quien escribe ficción tiene que rebajarse a ser el burgués gentilhombre de cuando en cuando, es decir, a escribir prosa prosaica.
La prosa poética sirve para adornar una novela, pero no para escribirla. No sirve para contar aventuras ni para el suspenso. Hay momentos en que el lector simplemente quiere que le digan qué pasó, no que le den una vuelta lírica por encima del campamento en el que los indios están cocinando al misionero para comérselo, ni le interesa si lo aderezaron con ipecacuana, canela, índigo, albérchigos, mamoncillos, berenjenas u otras hermosas palabras. Solo queremos saber si se lo comieron, aunque sea por justicia poética, porque bien sabido es que la cantidad de veces que los indios se comen a los misioneros es inversamente proporcional a la cantidad de veces en que los misioneros se comen a los indios.
Ospina no es para todos los lectores. Es para el de tipo ensoñador y con alma lírica, así como para los omnívoros distraídos. Sus reflexiones son estéticas, dictadas más por la sensibilidad que por el pensamiento. Por eso resulta tan difícil refutar sus ideas, envueltas en un exceso de retórica, de digresión circular: “Nadie anda tan extraviado que no esté en el centro de su propio camino, y no hay sufrimiento que no sea en el fondo la joya de un relato de misericordia”; o bien: “La desesperada defensa de la vida no pertenece al imperio de los tribunales sino a la libertad del corazón humano”.
Como dice Vila-Matas, después de García Márquez la literatura se llenó de buques varados en medio de la selva. Sin ir tan lejos, El País de la Canela está lleno de imágenes visuales de maravilla; es una selva aséptica, poblada por aromas misteriosos y nombres sonoros, sin mosquitos ni leishmaniosis, una bella palabra que –hélas!– desde luego desconocía el narrador del siglo XVI. Si estas selvas son pestilentes, es porque la palabra pestilente es bonita.
Se me atraviesa todo el tiempo la sospecha de que para Ospina el redondear una idea depende de la sonoridad de una palabra. Es de la escuela de sacrificar un mundo para pulir un verso. No pretendo que esa forma de acercamiento al mundo sea inválida. De hecho funciona, y atrae lectores y, en cualquier caso, el prestigio de estos libros está asegurado. A una buena cantidad de gente le gusta que le endulcen los ojos y por ende los oídos y que le recuerden la existencia de vagos antepasados heroicos. No obstante, es paradójico que estas novelas aparezcan en momentos en que las hazañas de los secuestrados encadenados por décadas en la selva han empequeñecido las sagas de conquistadores españoles quejumbrosos, que venían armados hasta los dientes, en las mejores condiciones para la época, acompañados por acémilas, galgos y sacerdotes, y que, por si fuera poco, viajaban sin mujeres.
Ahora bien, a pesar de estar narrado en primera persona, el lenguaje no es del siglo XVI ni del XXI, sino un híbrido de bellas expresiones que están en las crónicas de Indias, mezcladas con las que ha hallado Ospina en su trato continuo con el lenguaje. Si hay o no anacronismos, me tiene sin cuidado. Es claro su regodeo en la enumeración, propio de Whitman. En El País de la Canela hay repetidos puñales que apagan el mundo, campanarios que cristianizan el viento (en Ursúa era la ciudad la que golpeaba el viento con sus campanas), islas cuyos bordes son los colmillos de los cocodrilos, arañas que tejen sus telas en la noche solo para atrapar al amanecer unas mezquinas briznas de rocío, lunas que como cuchillos turcos se balancean entre los mástiles... Sin duda muy bonito, pero, ¿añade algo a nuestra comprensión de la historia?
El preciosismo en la novela histórica tiene sus riesgos. Una página de Enrique Serrano, un novelista no muy distante del canon de William Ospina, así como otro gran estilista, es una hermosa filigrana, un delicioso postre de miel y almendras orientales. Cien páginas, son indigestión segura. Los grandes estilistas pecan por exceso. La paradoja más grande en el arte de la novela es que el mejor novelista es el que logra aprender a escribir “menos bien” que el mal novelista, que derrocha su talento ante los ojos del lector y no en la soledad de su escritorio y detrás de bastidores.
No pretendo negar la validez ni la pertinencia de las novelas de Ospina, aunque sí su rótulo. Creo en la riqueza de la diversidad de las escrituras. Estas historias hay que volver a contarlas con cada generación y cada quien las contará a su manera y en su propio estilo. Por desgracia para mí, ya me sabía la historia de los Pizarro y la de Orellana, mucho más conocida la primera que la segunda, gracias a una de esas paradojas de la historia que tiende a olvidar, excluyéndolos de los manuales de historia nacionales, los prestigios de las hazañas de los conquistadores que el azar llevó a los países que la metrópoli perdió después, como la Florida, California, las Filipinas o el Amazonas...
Junto a la calidez de las palabras, este libro tiene para mí la frialdad de donde no pasa nada. Es un laberinto de muchas historias esbozadas y de ninguna contada. Al final, tampoco distingo lo que leí en el primero de lo que leí en el segundo libro de la trilogía, ni de lo que me contarán en el tercero. El que viene, si sigue girando alrededor de la figura de Ursúa, supongo que tendrá como protagonista al tirano Lope de Aguirre; ¿qué sé yo? Por mi parte, esta reseña vale también para Ursúa y para el que todavía no está escrito.
jueves, 6 de agosto de 2009
diez recursos usados en el microrelato
Diez recursos ingeniosos utilizados en el micro- relato para lograr la brevedad.
miércoles, 29 de julio de 2009
Visita de Camilo Pérez Salamanca
martes, 28 de julio de 2009
los verbos y la narración
Aspectos formales de la narrativa
Los tiempos verbales
Técnicas para la creación de una atmósfera en base a los tiempos verbales; coherencia de los tiempos verbales; adecuación de los tiempos verbales al propósito del autor.
Las ciencias humanísticas constantemente investigan la forma de traducir al lenguaje natural lo que ocurre a nuestro alrededor. Como ciencia humanística, la lingüística ha conceptualizado su área de estudio, el lenguaje, proveyéndonos de herramientas para definir los múltiples e insospechados eventos que ocurren cuando construimos una frase o simplemente emitimos un sonido.
Una de las facetas más notables de esta conceptualización, que nos ha llegado directamente de la experiencia vivencial cotidiana y que conocemos, en sus aristas más comunes, la mayoría de nosotros, es el asunto de los tiempos verbales. Es un aspecto sencillo del manejo del idioma porque se refiere principalmente al pasado, el presente y el futuro, tres instancias de la realidad con las cuales estamos en diario contacto al recordar los eventos acontecidos, comentar lo que está ocurriendo o prever lo que haremos. Aunque la lingüística subdivide el pasado, el presente y el futuro en varias categorías de acuerdo a la forma verbal que se utilice, trataremos de ser menos técnicos y centrarnos en la estructura misma del tiempo tal como le conocemos.
El tiempo más usado en la narrativa es el pasado y todas sus variantes. Esto se debe, sencillamente, a que las personas solemos decirlo casi todo en pasado. Cuando niños, al describir el juego que nos aprestamos a emprender, declaramos: Yo tenía una casa y tú venías a visitarme. Y aun cuando comentamos algo sobre una persona que conocemos, solemos expresar cosas como: Él se llamaba Joaquín; aun en el caso de que sepamos que la persona mencionada sigue viva, lo que obligaría a usar el tiempo presente. Lo que influye en nuestra forma de hablar para que esto sea así es la característica misma del tiempo: no sabemos qué es exactamente, pero sí cómo medirlo, y que lo único cierto, lo único de lo cual tenemos claro conocimiento, es lo que ya ha pasado, pues el presente es una fracción infinitesimal de tiempo y el futuro no es aún una cosa concreta.
En narrativa, el manejo de estas características tan especiales del tiempo tiene una utilidad concreta: la creación de una atmósfera en la cual se desenvuelven los personajes. Con el pasado como principal forma de exponer lo narrado, los matices vienen dados por la forma de usar los participios y demás formas verbales correspondientes al tiempo pasado. El presente y el futuro tienen usos más particulares y algunos requieren de un conocimiento profundo del idioma y de las peculiaridades de cada tiempo verbal.
La atmósfera mencionada más arriba no es más que la unión de las condiciones que afectan directa o indirectamente a los personajes de lo narrado. La descripción del escenario, los diálogos de los personajes y comentarios sobre coordenadas temporales y geográficas forman parte de la creación de una atmósfera. Más solapados, los tiempos verbales tienen la responsabilidad de situar al lector en los parámetros propios de la historia, como la lejanía cronológica de lo narrado o el estado de ánimo de los participantes en los hechos.
Podemos distinguir dos estilos principales en el manejo del pasado. El primero es el que refleja el empleo normal del idioma cotidiano, el segundo es el que da la idea de un pasado muy lejano en el tiempo. Tanto uno como el otro pueden estar matizados por la manera de usar los verbos, pero es común encontrar, en el segundo caso, que la narración reciba un matiz nostálgico gracias al manejo de los tiempos verbales.
Como un ejemplo del primer caso podemos citar este párrafo de Rayuela, de Julio Cortázar (p. 285):
Ahí nomás se apareció Remorino con un anciano que parecía bastante asustado, y que al reconocer al administrador lo saludó con una especie de reverencia.
Obsérvese que esta acción podría haber ocurrido hace muy poco tiempo o hace muchos años; en cualquier caso, el manejo del pasado es llano y no se complica; simplemente se narra un hecho que ya ocurrió, ergo, está en el pasado.
Existen formas más elaboradas de usar el pasado y tienen propósitos específicos. Por lo general, se valen de la combinación de dos o tres verbos para darle mayor profundidad a la frase. Esta forma de construir la oración generalmente anexa, al verbo que define la acción en sí, los verbos estar, haber o parecer a modo de auxiliares. Una forma sencilla de usar el pasado podría ser esta: Rogelio llegó a la estación dos horas después. Pero podemos darle diferentes matices escribiéndola de alguna de estas maneras:
Rogelio estaba llegando dos horas tarde a la estación.
Rogelio había llegado a la estación dos horas después.
Rogelio parecía haber llegado a la estación dos horas después.
Los tres ejemplos pertenecen al pasado, pero se distinguen tres formas distintas de este tiempo. En el primer caso, la frase indica que el pasado es muy reciente, casi galopando sobre el presente. En el segundo caso se trata del mismo pasado que conocemos, pero matizado de tal manera que el tiempo verbal pareciera diferir la acción hacia un pasado más remoto de lo normal. Este segundo caso es muy usual cuando la narración requiere un toque nostálgico y se le ve mucho en varios pasajes de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. En el tercer caso se plantea la posibilidad —aunque no la certeza— de que el personaje haya realizado determinada acción.
Al no ser no más que un instante, el presente es un poco más peculiar. Suele usarse la narración en presente cuando se desea dar a la narración un equilibrio entre lo que se está narrando, el tiempo de lo narrado y el tiempo del lector, quien se ve de esta manera más relacionado con la acción. El uso más fácil de recordar de la narración en presente es, ni más ni menos, las narraciones históricas. Suele leerse en estos textos frases como: Los soldados dan la vuelta a la plaza y toman como rehenes a los oficiales del bando enemigo. Aunque el hecho en realidad haya ocurrido hace mucho tiempo, la narración en presente involucra directamente al lector.
En la narrativa el fin es el mismo, y nos atrevemos a decir que el efecto es más interesante para el lector, pues éste entiende que lo narrado es por lo regular un hecho imaginado por el autor. Un ejemplo claro de esto lo encontramos en Unos zapatos, cuento breve de Gabriel Jiménez Emán que aparece en el libro Los dientes de Raquel (p. 39):
Es la historia de un par de zapatos de cuero marrón oscuro y lustroso número 40. Mario se va a dormir frecuentemente a las 11:30 y los deja bajo la cama.
El zapato derecho espera que Mario se duerma y luego trata de despertar al zapato izquierdo, que siempre permanece inmóvil. Después camina solo por toda la habitación, y si la puerta está abierta sale a caminar entre los árboles, a tomar el aire o a ver las estrellas. Muy pronto se aburre de andar solo y piensa en el zapato izquierdo, el perfecto compañero para sus andanzas nocturnas.
Pasan los días y el zapato derecho sigue insistiendo en despertar al zapato izquierdo, y un día, por fin, lo logra. Se explica por eso que Mario se despertara una mañana y no encontrara a sus zapatos nunca más.
La narración en futuro es menos usual y requiere de un manejo más profundo de las conjugaciones. Aunque solemos leer diálogos de personajes donde éstos declaran lo que tienen pensado hacer algún tiempo más tarde, la narración en sí de un hecho que aún no ha ocurrido encierra una mayor dificultad porque el escritor debe hacer que coincida el tiempo del verbo con las circunstancias que permiten predecir lo que está por venir.
En cualquier caso, el manejo de los tiempos verbales depende principalmente de la intención que tenga el autor para con el hecho narrado. Después de definir el curso de la historia y los personajes principales que participarán en ella, es la forma como se usarán los verbos lo que normalmente sigue en el orden de prioridades. Los tiempos verbales, salvo en casos muy especiales, deben seguir una misma línea y concordar unos con otros para dar a la narración un tono creíble.
tomado de:http://www.letralia.com/jgomez/ensayo/aspectos/02.htm
lunes, 27 de julio de 2009
cuento de Hugo Fernando Bahamón
LA LUZ APAGADA
Aquella noche, esas calles se mostraban vacías, solas, sin vida. Pero al fijarmos un poco más, sobre los andenes de cemento agrietados y cascados por el olvido, logramos observar algunas ratas que asomaban sus hocicos entre varios montones de basura, en procura de alimento. No sólo éstas se hallaban presentes; también se encontraban, a unos metros de la basura y alejados de las luces, unos cuantos vagabundos, tumbados en el suelo, hediondos en alcohol y otros olores tan propios de esa fauna urbana, con las miradas perdidas e insensibilizados por algún alucinógeno. El frío, que ya nos agobiaba, parecía no verter efecto en ellos. Puedo asegurar que no repararon nuestra presencia.
Luciano y yo nos movíamos sigilosos. Desde que nos encontramos, varias calles atrás, no habíamos cruzado palabra. Entonces quise romper aquel silencio asfixiante, deprimente, intolerable. Ese silencio que absorbía todo el ruido de la ciudad, que absorbía nuestros pasos y los transformaba en frío; en desasosiego. Intenté decir algo pero Luciano, llevándose un dedo sobre los labios, me indicó que no lo hiciera. Enseguida callé, herido en mi orgullo y vi que me observaba con un gesto de reproche. Pero luego, convirtiendo su voz en un susurro, dijo que no es prudente que hablemos en estos lugares, porque además de cualquier peligro natural, era probable que nos estuvieran vigilando. Agradecí su deferencia ofreciéndole un cigarrillo, que rechazó al instante. Pensé que era por la marca, que no era fina, no tenía estatus; pero entonces volví a ver esa mirada odiosa que me reprochaba. Omitiéndola, encendí el mío, y empecé a sentir, a intuir, en cada aspiración de plomo y nicotina, que ese hombre era un gusano. Y que de seguro él no me veía a mí como algo mejor. Cuando terminé el cigarrillo ya no tenía ninguna duda: Luciano era un gusano.
El insecto, dando unos pasos cortos, se abrochó aún más la chaqueta y me habló con un hilillo de voz que negaba su naturaleza. Es cierto, ya habíamos avanzado algunas calles y nos encontrábamos inmersos en la nada, en medio de esa otra ciudad que nunca aparece en los noticieros ni en las guías turísticas, donde –lo sabíamos- sí habría mucho que temer. Me miró con petulancia y empezó a interrogarme acerca de mis trabajos anteriores: con quién había trabajado; qué “técnicas” prefería usar; desde cuando estaba en esto; y así...
Intenté impresionarlo con mis respuestas. Rebajarlo para poder aplastarlo, pero no lo logré. Había trabajado con fulano y con mengano, los mejores del país. Prefería usar un arma de fuego, ojalá una Pietro Beretta 7.65. Llevaba varios años en el negocio. También en el exterior, un par de veces. Y así. Fingió meditar mis respuestas y pausadamente me dio su aprobación, con un ligero movimiento de cabeza. Pero yo sabía que él, perro viejo, de alguna manera me había descubierto, aunque no lo dijo. El muy gusano sabía arrastrarse bien en las agónicas luces de la calle.
Opté por seguir su juego. Ya tenía razones para odiarlo –y lo venía haciendo hace rato- pero, era obvio, él sería la persona con la cual debía llevar a cabo el trabajo y tendría que confiar en él. Y por supuesto, él en mí. Luciano, hombre de 1.90, espalda ancha, cabello profundamente negro y cara de filisteo, tenía la cancha, la experiencia; el recorrido. Yo sólo tenía la necesidad, el apuro. Empecé a buscar la manera de desquitarme de él, de las circunstancias, de mi suerte, pensando en ello mientras nos acercábamos a la Casa, donde se nos darían las últimas instrucciones -nombre de la víctima, costumbres, dirección- y un adelanto en efectivo.
Una neblina tenue, insulsa, vino a recordarnos el frío anticipado de la madrugada y el deseo de haber estado más abrigado. De haber estado lejos de aquí, en un lugar donde no tuviera que estar entre escoria; donde no tuviera que andar con insectos que se creían hombres. Niquelados. Alienados. Perdidos.
Camuflados entre la niebla, esta vez fui yo quien le preguntó sobre su vida; sus trabajos, sus gustos personales, su familia, tratando de encontrar la forma de colarme por una grieta de su alma y tenerlo en mis manos cuando lo quisiera. Pero su arrogancia natural impedía cualquier tipo de confianza. Me respondió que un profesional jamás revelaba esa clase de asuntos a nadie. Lo repitió varias veces con énfasis, con ironía, para mostrarme lo que yo era: nadie. Sin embargo, sí me confió que este sería su último trabajo. Pasara lo que pasara, jamás volvería a hacerlo ni por dinero, pues ya he ahorrado lo suficiente, ni por ideales porque ninguna ideología, cierta o falsa, merece otro muerto de mi parte, ni por mujeres. Ni siquiera por honor, si es que este alguna vez se obtiene. La información fue suficiente. Desde ese momento no necesité saber mucho más sobre Luciano, el gusano, para ayudarle a perder el honor, si es que este alguna vez lo obtuvo.
Después de un buen trecho, logramos divisar la Casa al final de una calle ciega y maloliente. La Casa no tenía colores porque no recuerdo ninguno. Pero era la única con una luz en el exterior; una débil farola en el desvencijado frente de madera y bareque. Las demás casas de esa calle eran oscuras, mortuorias, ruinosas. Todas abandonadas al mismo estilo y a la misma suerte.
El sonido de una sirena, unas cuantas calles atrás, alertó a Luciano. Se detuvo enseguida y colocando una mano sobre mi hombro, me obligó a hacer lo mismo. Me arrastró de manera brusca hacia el portal de una de aquellas casas y allí, agazapados, pude ver la desesperación en su rostro: el terror. En cambio él no supo fijarse en mi sonrisa.
Esperamos algunos minutos mientras el eco de la sirena se diluía entre la oscuridad y el silencio. Yo me levanté primero tratando de limpiar la suciedad de mi pantalón, mirándolo de manera recia. El gusano siguió deslizándose por el suelo algunos momentos. Al incorporarse, pudo leer la interrogación en mi rostro. Me aclaró, gentilmente, que a nada le temía más que a la cárcel. Prefiero que me maten en seco. Mi cara se iluminó de nuevo porque ya sabía, por Dios que sí, qué debía hacer para que Luciano, el gusano, se arrastrara entre lo más bajo de sus miserias.
De forma grosera ordenó que me adelantara hacia la Casa, en tanto él se quedaría allí vigilando algunos minutos porque ya estaba cabreado, y además porque esto me da mala espina. Sin decir más, sacó un revolver 38 corto de su chaqueta y me lo pasó sin titubear. Lo tomé sin afán y lo guardé en el bolsillo de la mía; me encaminé sin mucha prisa hacia la Casa por el corredor contrario al de Luciano y vacilé al llegar ante la puerta. En ese instante el estruendo de la sirena se escuchó con más claridad, con más fuerza. Casi de reojo vi cuando Luciano se arrojaba de nuevo al suelo y con un arma en su mano me hacía señas para que me apurara. Y yo, con infinita calma, di algunos golpes a la puerta: oí un par voces graves y un hombre de lentes oscuros y gruesos se asomó por una ventanilla. Pareció estudiarme algunos segundos, pero pareció no notar, al abrir la puerta, la frialdad de mi rostro al saludarlo; la seguridad de mi mano al empuñar el revolver dentro de la chaqueta; la tranquilidad de mi alma al dispararles; la sonrisa acerada…
Cuando Luciano, el gusano, llegó pocos minutos después a la casa buscando refugio de todas las sirenas del mundo que lo rodeaban en el frío inverosímil de aquella noche, la luz ya estaba apagada.
Hugo Fernando Bahamón Gómez