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viernes, 28 de agosto de 2009

¿Es esto una novela?

A pesar de que aquí se habla de una novela las consideraciones sobre la narrativa, la retórica y la acción son muy válidas para el cuento.Los invito a leer esta reseña.

Es esto una novela?
Luis H. Aristizábal
Libros
Tomado de revista El Malpensante. No 99.
William Ospina
El País de la Canela
Editorial Norma,
2008
368 páginas

Si alguna lección nos dejó Fernando Charry Lara, es que el mundo de la poesía y el de la literatura son distintos, irreductibles e incluso refractarios. Sus leyes son bien diferentes. Se puede ser un gran poeta y a la vez un pésimo intelectual, o lo contrario. La aparente oscuridad de un poema era para Charry una deliciosa invitación a la magia de la sonoridad, a ir encontrando poco a poco y sin prisas todas las sugerencias y los ecos que puede despertar el ordenamiento misterioso de las palabras. El desciframiento, pues, es una operación lícita en poesía. Entre otras porque la idea poética es acomodaticia y nunca acaba de decirnos todo lo que tiene que decir.

Como el burgués gentilhombre que se maravilla al saber que habla en prosa y del cual es la contraparte perfecta, definitivamente William Ospina se levantó un día para admirarse porque aunque intentara hablar en prosa, de su boca no salía más que poesía. Acaso ese mismo permanente tono lírico atrae a todos los cantores del júbilo inmortal y hace de Ospina una de las víctimas preferidas de todo el que necesite un prólogo o un artículo sobre vaguedades sonorosas como la colombianidad o la modernidad, o la exaltación de motivos de dudoso orgullo como el mestizaje, que parten de la misma base que el nazismo: que el que no tiene de qué más jactarse, acude al color de su piel o, peor aún, de sus ideas.

Con Ospina me paseo por un terrible dilema; por una parte admiro su lenguaje. Como aventura del idioma, su obra es un constante fuego de artificio. Independientemente de su contenido, desde un punto puramente verbal, de eufonía, no admite reparos. Si el lector es el crítico esteta del que hablaba Wilde, fiel únicamente al principio de belleza en todas las cosas, la obra de Ospina satisface al más exigente de los catadores. Al que le guste la prosa lírica encontrará en él al mejor escritor del mundo. Si el lector quiere adormecerse en una melopea de palabras bonitas y soñar con mundos perdidos, estará en su elemento. Por el contrario, el que busque una historia llena de suspense o una interpretación de la realidad surgida de la reflexión intelectual, saldrá de esta selva bastante desencantado...

Cabe preguntarse: ¿El País de la Canela es una novela? No lo creo. Al menos, no funciona como tal. Ospina casi no narra; describe. Narra unos pocos sucesos y describe un montón de naturaleza. Más que contar, canta. Se me antoja más bien que se trata de la reaparición del poema épico, traducido a prosa poética. El autor hace lo contrario que don Juan de Castellanos, quien tradujo a octavas reales su libro de elegías en prosa, hoy perdido. Los títulos de los capítulos corresponden a la epopeya y, desde luego, la estructura simétrica de los capítulos (cantos) responde a una visión épica.

Acaso la gran novela colombiana escrita en prosa poética, casi desprovista de acción, es La nieve del almirante de Álvaro Mutis (1986), quien condescendería en sus siguientes novelas a ser más narrativo y por ende más prosaico. Tal vez advirtió que en el relato es imposible hacer prosa poética todo el tiempo, a menos que se quiera terminar en un horrible cuento modernista, y que quien escribe ficción tiene que rebajarse a ser el burgués gentilhombre de cuando en cuando, es decir, a escribir prosa prosaica.

La prosa poética sirve para adornar una novela, pero no para escribirla. No sirve para contar aventuras ni para el suspenso. Hay momentos en que el lector simplemente quiere que le digan qué pasó, no que le den una vuelta lírica por encima del campamento en el que los indios están cocinando al misionero para comérselo, ni le interesa si lo aderezaron con ipecacuana, canela, índigo, albérchigos, mamoncillos, berenjenas u otras hermosas palabras. Solo queremos saber si se lo comieron, aunque sea por justicia poética, porque bien sabido es que la cantidad de veces que los indios se comen a los misioneros es inversamente proporcional a la cantidad de veces en que los misioneros se comen a los indios.

Ospina no es para todos los lectores. Es para el de tipo ensoñador y con alma lírica, así como para los omnívoros distraídos. Sus reflexiones son estéticas, dictadas más por la sensibilidad que por el pensamiento. Por eso resulta tan difícil refutar sus ideas, envueltas en un exceso de retórica, de digresión circular: “Nadie anda tan extraviado que no esté en el centro de su propio camino, y no hay sufrimiento que no sea en el fondo la joya de un relato de misericordia”; o bien: “La desesperada defensa de la vida no pertenece al imperio de los tribunales sino a la libertad del corazón humano”.

Como dice Vila-Matas, después de García Márquez la literatura se llenó de buques varados en medio de la selva. Sin ir tan lejos, El País de la Canela está lleno de imágenes visuales de maravilla; es una selva aséptica, poblada por aromas misteriosos y nombres sonoros, sin mosquitos ni leishmaniosis, una bella palabra que –hélas!– desde luego desconocía el narrador del siglo XVI. Si estas selvas son pestilentes, es porque la palabra pestilente es bonita.

Se me atraviesa todo el tiempo la sospecha de que para Ospina el redondear una idea depende de la sonoridad de una palabra. Es de la escuela de sacrificar un mundo para pulir un verso. No pretendo que esa forma de acercamiento al mundo sea inválida. De hecho funciona, y atrae lectores y, en cualquier caso, el prestigio de estos libros está asegurado. A una buena cantidad de gente le gusta que le endulcen los ojos y por ende los oídos y que le recuerden la existencia de vagos antepasados heroicos. No obstante, es paradójico que estas novelas aparezcan en momentos en que las hazañas de los secuestrados encadenados por décadas en la selva han empequeñecido las sagas de conquistadores españoles quejumbrosos, que venían armados hasta los dientes, en las mejores condiciones para la época, acompañados por acémilas, galgos y sacerdotes, y que, por si fuera poco, viajaban sin mujeres.

Ahora bien, a pesar de estar narrado en primera persona, el lenguaje no es del siglo XVI ni del XXI, sino un híbrido de bellas expresiones que están en las crónicas de Indias, mezcladas con las que ha hallado Ospina en su trato continuo con el lenguaje. Si hay o no anacronismos, me tiene sin cuidado. Es claro su regodeo en la enumeración, propio de Whitman. En El País de la Canela hay repetidos puñales que apagan el mundo, campanarios que cristianizan el viento (en Ursúa era la ciudad la que golpeaba el viento con sus campanas), islas cuyos bordes son los colmillos de los cocodrilos, arañas que tejen sus telas en la noche solo para atrapar al amanecer unas mezquinas briznas de rocío, lunas que como cuchillos turcos se balancean entre los mástiles... Sin duda muy bonito, pero, ¿añade algo a nuestra comprensión de la historia?

El preciosismo en la novela histórica tiene sus riesgos. Una página de Enrique Serrano, un novelista no muy distante del canon de William Ospina, así como otro gran estilista, es una hermosa filigrana, un delicioso postre de miel y almendras orientales. Cien páginas, son indigestión segura. Los grandes estilistas pecan por exceso. La paradoja más grande en el arte de la novela es que el mejor novelista es el que logra aprender a escribir “menos bien” que el mal novelista, que derrocha su talento ante los ojos del lector y no en la soledad de su escritorio y detrás de bastidores.

No pretendo negar la validez ni la pertinencia de las novelas de Ospina, aunque sí su rótulo. Creo en la riqueza de la diversidad de las escrituras. Estas historias hay que volver a contarlas con cada generación y cada quien las contará a su manera y en su propio estilo. Por desgracia para mí, ya me sabía la historia de los Pizarro y la de Orellana, mucho más conocida la primera que la segunda, gracias a una de esas paradojas de la historia que tiende a olvidar, excluyéndolos de los manuales de historia nacionales, los prestigios de las hazañas de los conquistadores que el azar llevó a los países que la metrópoli perdió después, como la Florida, California, las Filipinas o el Amazonas...

Junto a la calidez de las palabras, este libro tiene para mí la frialdad de donde no pasa nada. Es un laberinto de muchas historias esbozadas y de ninguna contada. Al final, tampoco distingo lo que leí en el primero de lo que leí en el segundo libro de la trilogía, ni de lo que me contarán en el tercero. El que viene, si sigue girando alrededor de la figura de Ursúa, supongo que tendrá como protagonista al tirano Lope de Aguirre; ¿qué sé yo? Por mi parte, esta reseña vale también para Ursúa y para el que todavía no está escrito.

jueves, 6 de agosto de 2009

diez recursos usados en el microrelato


Diez recursos ingeniosos utilizados en el micro- relato para lograr la brevedad.
Recurso Número Uno: Utilizar personajes ya conocidos. Esto le permite al autor abreviar, pues no tiene que describir ni contexto ni personajes: pueden ser bíblicos, históricos, legendarios, mitológicos, literarios, o de la cultura popular. El elemento narrativo se hace además evidente en este ejemplo, de Ana María Shua:
La ubicuidad de las manzanasLa flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de la gravedad.(Latinoamérica fantástica, Augusto Uribe, ed., 1985, 194)
Ana María Shua utiliza a Guillermo Tell, legendario-literario; Newton, histórico; y Eva, bíblico. El mismo micro-relato pudiera servir para introducir el próximo recurso:
Recurso # 2. Incluir en el título elementos propios de la narración que no aparecen en el texto del relato. En “La ubicuidad de las manzanas”, el título es la razón y gracia del relato, esto es, su resolución. Otro ejemplo, esta vez de Marco Denevi, se titula:
Justificación de la mujer de Putifar
¡Qué destino: Putifar eunuco, y José casto!(Falsificaciones 48)
El título nos da parte de la información indispensable, y a veces nos obliga a volver a él al final. Nótese que también se recurre al Recurso #1 al utilizar personajes bíblicos que no requieren explicación (Putifar y José). Luisa Valenzuela lleva traviesamente este recurso al extremo con un largo título en el que incluye gran parte de la narración:
El sabor de una medialuna a las nueve de la mañana en un viejo café de barrio donde a los 97 años Rodolfo Mondolfo todavía se reúne con sus amigos los miércoles por la tarde-Que bueno. (Aquí pasan cosas raras, 91)
Vale notar que Valenzuela se vale también de los signos ortográficos para añadirle significado a sus breves palabras. La exclamación “que bueno” llega con tan poco entusiasmo que le suprime los signos de admiración y deja la palabra ‘que’ sin acento.
Recurso #3. Proporcionar el título en otro idioma. Para lograr mayor brevedad, pueden añadírsele también otras funciones al título, como por ejemplo, ubicar rápidamente al lector en otro tiempo o lugar determinado. Así tenemos
“Veritas odium parit”, de Marco Denevi:Traedme el caballo más veloz -pidió el hombre honrado- acabo de decirle la verdad al rey.(Falsificaciones, 1977, 70)
El título en latín sugiere un contexto antiguo, medieval. Jorge Luis Borges utiliza un título en inglés con otro propósito. En “An unending gift” (Obras completas, 984) ubica geográficamente al lector en el mundo anglosajón, y con el título en italiano “Inferno, I ,32" (Obras completas, 807) lo transporta a la Italia de Dante. Monterroso utiliza un título en latín con otra intención. Según él, la fábula de la gallina, o en este caso gallo, de los huevos de oro resultaba “tan vulgar que necesitaba estar revestida de un tono absolutamente severo” (Viaje al centro de la fábula, 26) y le dio el título de “Gallus aureorum ovorum”. Marco Denevi usa este recurso con frecuencia. Veamos su “Curriculum Vitae”:
A menudo un dictador es un revolucionario que hizo carrera.A menudo un revolucionario es un burgués que no la hizo.Denevi también usa el latín para evitar el lenguaje vulgar y titula otro de sus micro-relatos “Post coitum non omnia animal triste”, que además da la clave del relato.
Recurso #4. Tener por desenlace rápido un coloquialismo inesperado o una palabra soez. Ayuda a la concisión hablar sin ambages, y esto puede tener un efecto humorístico. En el micro-relato titulado “La trama”, Jorge Luis Borges comenta que
“Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”, y después de recordar la famosa interpelación de Julio César a Bruto, “Tú también, hijo mío”, su personaje, un gaucho agredido por su sobrino, exclama “Pero, che!” (Obras completas, 793).
Augusto Monterroso cuenta que cuando su Pigmalión se cansaba de sus Galateas, les daba una patada en... “salva sea la parte” (La oveja negra, l983, 56). Crear el desfasaje es el golpe de gracia que le sirve de desenlace.
Recurso #5. Hacer uso de la elipsis. Desde luego, se logra mayor brevedad si no se dice todo. Un lector activo se da por entendido. En ese caso, la expresión del desenlace o epifanía no necesita ser explícita. De Julio Torri, gran pionero del micro-relato, sacamos de un relato breve el siguiente ejemplo:
Desde que se han multiplicado los automóviles por nuestras calles, he perdido la admiración con que veía antes a los toreros y la he reservado para los aficionados a la bicicleta.(Tres libros, 1964, 111)
Hacer uso de la elipsis requiere también un golpe de ingenio. Veamos el texto íntegro de “Cláusula III”, de Juan José Arreola, que dice así:
Soy un Adán que sueña con el paraíso, pero siempre me despierto con las costillas intactas.(Bestiario, l972)
Como puede apreciarse, el lector tiene que hacer uso de conocimientos previos, pero no queda duda en cuanto al significado. Uno de los más ingeniosos es
“Fecundidad”, de Augusto Monterroso: Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea. (La oveja negra, 1969, 61)
A veces la elipsis es de tal apertura, que requiere un golpe de ingenio de parte del lector para encontrar la conexión, como en un cuadro surrealista de Magritte. De Julio Cortázar es el siguiente ejemplo:
Tortugas y cronopios
Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que se encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.(Elementos para una teoría del minicuento, Nana Rodríguez Romero, 1996, 99)
La elipsis permite inferir poéticamente la razón de ser del relato sin necesidad de expresarlo. Veamos este micro-relato de Luis Britto García:
La canción
Al borde del desierto en el ribazo, y con la lanza clavada en la arena, mientras yo estaba sobre la muchacha, ella dijo una canción que pasó a mi boca y supe que venía desde la primera boca que había dicho una canción ante el rostro del tiempo para que llegara hasta mí y yo la clavara en otras bocas para que llegara hasta la última que diría una canción ante el rostro del tiempo.(Cuentistas hispano-americanos en la Sorbona, Gilberto de León, ed., 1982, 77)
Desde luego, el relato más elíptico e interactivo, el más recordado por todos, y quizá por eso algo sobrevaluado literariamente, es
“El dinosaurio”, de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” (Obras completas, 1972, 75).
Recurso #6. Utilizar un lenguaje cincelado, escueto, a veces bisémico. palabra certera. Este es uno de los recursos más obvios para lograr la brevedad, y uno de los más difíciles. Jorge Luis Borges ha impactado nuestra literatura, para bien o para mal, con su lenguaje certero y juegos de palabras.Gabriel Jiménez Emán nos proporciona un micro-relato humorístico:
El hombre invisible
Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.(Los dientes de Raquel, 141).
Algunos son tan concisos que corren de boca en boca como un chiste. Veamos
“Toque de queda”,
de Omar Lara: -Quédate -le dije. Y la toqué.(Brevísima relación: Nueva antología del micro-cuento hispanoamericano, Juan Armando Epple, ed., 1990, 51)
Recurso #7. Utilización de un formato inesperado para elementos familiares. Esta estrategia narrativa ubica el texto sin preámbulos dentro de un código o contexto sorpresivo o en desuso. Se dice que Ambrose Bierce, nacido en Ohio, Estados Unidos en 1842, y precursor en inglés del microrelato, ha influido en la obra de Jorge Luis Borges. Bierce utilizó con éxito el formato de diccionario. Esta es, por ejemplo, su definición de “violín”:
“Instrumento para regalo del oído humano creado por la fricción entre la cola de un caballo y las tripas de un gato”.(The Devil’s Dictionary of Ambrose Bierce, 1958, 24)
El formato más popular utilizado en este recurso es el bestiario medieval. Borges nos habló de seres imaginarios y de zoología fantástica, y Arreola de animales con rasgos humanos. Monterroso añade un elemento de crítica social. Este recurso ayuda a lograr la brevedad porque, a decir de Monterroso, “nunca describo un animal, pues todos los que aparecen en mis fábulas son enteramente familiares” (Viaje al centro de la fábula, 1982, 147). Arreola por su parte combina la gracia de expresión con una inocencia adánica que parece contemplar el mundo por vez primera. En “Felinos”, por ejemplo, razona la inferioridad del león, debida a que como tiene melena, no se ve obligado a cazar la presa que se come. Termina diciendo queSi no domesticamos a todos los felinos fue exclusivamente por razones de tamaño, utilidad y costo de mantenimiento. Nos hemos conformado con el gato, que come poco.(Bestiario, 1972, 20)
Recurso #8. Utilizar formatos extra-literarios. En general, estos sirven para mantener el texto breve cuando se quiere poner en evidencia lo absurdo de algunos conceptos comunes. Marco Denevi, en este ejemplo, se burla del clásico silogismo si A=B y B=C, A=C . Veamos
Catequesis”: -El hombre -enseñó el Maestro- es un ser débil. -Ser débil -propagó el apóstol- es ser un cómplice.-Ser cómplice -sentenció el Gran Inquisidor- es ser un criminal. (Falsificaciones, 104)
Se utilizan también con éxito formatos o códigos de los medios de comunicación en masa. Juan José Arreola, por ejemplo, usa el anuncio clasificado y el boletín de noticias. “De L’Osservatore” (Prosodia, 89) es un simple anuncio clasificado de la pérdida de unas llaves. La gracia es que el personaje es San Pedro, y el objeto perdido, desde luego, son las llaves del cielo. Veamos también otro.
Cláusula IV Boletín de última hora: En la lucha con el ángel, he perdido por indecisión.(Cantos de mal dolor, 1972, 66)
En este micro-relato Arreola pone en juego inesperadamente una frase hecha del código lingüístico del boxeo, “perder por decisión”.
Recurso #9. Parodiar textos o contextos familiares. Con este recurso se puede lograr la brevedad cuando se quiere hacer un contraste humorístico u ofrecer nuevas perspectivas ante un pensar anquilosado. Se re-escribe la historia o algún pasaje bíblico. Se parodian dichos populares, frases hechas, situaciones o leyendas conocidas. Para lograrlo, el escritor se vale de la paradoja, la ironía o la sátira. Veamos un ingenioso juego de perspectivismo de René Avilés Fabila:
Apuntes para ser leídos por los lobos El lobo, aparte de su orgullosa altivez, es inteligente, un ser sensible y hermoso con mala fama... Trata de sobrevivir. Y observa al humano: le parece abominable, lleno de maldad, cruel; tanto así que suele utilizar proverbios tales como: “Está oscuro como boca de hombre”, para señalar algún peligro nocturno, o “el lobo es el hombre del lobo”, cuando este animal llega a ciertos excesos de fiereza semejante a la humana. (Los oficios perdidos, 1985, 56)
Veamos también, de Marco Denevi, una parodia moderna de un cuento muy viejo. El contexto ya está dado y el escritor no tiene que describir la situación ni los personajes.
La bella durmiente del bosque y el príncipe
La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos bien abiertos. (Antología precoz, 1973, 215)Y por último,
Recurso #10: Hacer uso de la intertextualidad literaria. En un diálogo de libros universal, usualmente se rinde homenaje a escritores del pasado. Monterroso nos ofrece un excelente ejemplo.
La cucaracha soñadora
Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha. (Viaje al centro de la fábula, 1982, 49)
La literatura se hace de literatura, como muchos han dicho, y en este caso, el micro-relato parece rendir homenaje no sólo a Kafka, sino también a Jorge Luis Borges, quien a su vez rindió homenaje, desde otro continente, a un poeta chino al decir que
“hace unos veinticuatro siglos, soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser hombre” (Obras completas, 768).
Como hemos visto en estos ejemplos, los recursos para lograr la brevedad en el micro-relato pueden resultar casi más importantes que la brevedad misma. En resumen, “Lo que importa, entonces, no es su carácter escueto, sino la eficacia de su síntesis” apunta el escritor venezolano Gabriel Jiménez Emán, en Ficción mínima: Muestra del cuento breve en América, (Fundarte: México, 1996, 9), quien en un micro-relato titulado “La brevedad”, comenta:
Me convenzo ahora de que la brevedad es una entelequia cuando leo una línea y me parece más larga que mi propia vida, y cuando después leo una novela y me parece más breve que la muerte”.(Los dientes de Raquel, 1993, 167)