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viernes, 19 de junio de 2009

poema chino

Han Yu, un poeta chino del siglo VIII
Todo resuena cuando se rompe el equilibrio.
Las yerbas son silenciosas,
pero si el viento las agita, silban.
El agua calla,
pero si el aire la mueve, repica;
las olas mugen: algo las oprime;
la cascada se precipita: le falta suelo;
el lago hierve: algo lo calienta.
Son mudos los metales y las piedras,
pero si algo los golpea, rechinan.
Así el hombre.
Si habla, es que no puede contenerse;
si se emociona, canta;
si sufre, se lamenta.
Todo lo que sale de su boca
se debe a una rotura...
Cuando el equilibrio se fragmenta,
el cielo escoge entre los hombres
aquellos más sensibles y los hace hablar.

jueves, 18 de junio de 2009

La crónica como herramienta en la formación de narradores

La crónica como herramienta en la formación de escritores
Por : Martha Fajardo Valbuena

La crónica tiene múltiples definiciones y algunos incluso la asocian más con el periodismo que con la literatura. Digamos, para efectos de esta reflexión, que, como la define Juan Villoro, es “literatura bajo presión”. Escribir una crónica, o al menos, intentarlo, es un proceso benéfico para los noveles escritores. No sólo porque los forma en la disciplina del uso de los recursos de la lengua sino porque los sitúa en relación con un lector. Que, en este caso, es un sujeto con el que el cronista compartirá experiencias.

Una de las primeras trabas con las que se encuentran los directores de talleres literarios es la necesidad del descentramiento de la escritura de los talleristas. En cuanto a composición escrita, los jóvenes escritores suelen escribir para sí mismos, sin pensar que lo que escriben debe tener la suficiente estructuración gramatical y sintáctica para poder ser decodificado por el lector. La elaboración de una crónica pone en el tapete la necesidad de escribir para ser entendido y para poder compartir experiencias. En este sentido, el lector aparece en el panorama del escritor como un objetivo y el lenguaje escrito se reconoce como el instrumento por medio del cual el escritor entrega las vivencias, las emociones, las dudas, los temores y el cúmulo de ideas y sensaciones que ha vivido durante la “aventura” de la crónica.

En cuanto a la selección de la información es muy interesante ver cómo los aprendices de cronistas recopilan descripciones y terminan circundados de un mar de información e imágenes que tienen que racionar hasta encontrar el “punto exacto”. El joven cronista se ve avocado a tomar decisiones, a recortar, o ampliar la información, a explicar, a indagar, a hacer guiños aclaratorios para que su lector entienda o, al menos, la historia quede verosímil. En esa “decantación de la información” el tallerista aprende a identificar los “picos” narrativos a hacer economía de lo que puede inferirse y esto es algo que, a la hora de escribir un cuento, es crucial.

En cuanto al uso de miradas y voces la crónica exige que quien la escriba reconozca las múltiples visiones sobre los temas tratados. Las voces de los actores deben aparecer como de ellos, y existen convenciones como las comillas, la inclinación de la letra, el uso de guiones que se hacen necesarios para hacer ágil la lectura y que aquí cobran sentido y propósito. También la multiplicidad de opiniones educa al escritor para la polifonía narrativa.

En aras de la agilidad en la narración el cronista debe organizar los hechos de modo que no exagere en las descripciones ni en los párrafos elaborados con definiciones y conceptualizaciones pesadas. Esta exigencia de la crónica forma en el uso de las imágenes y las analogías y también permite una reflexión sobre la adjetivación y su uso en las descripciónes.

Además, la capacidad observadora se ve convocada a la hora de recopilar la información. Elaborar una crónica obliga al escritor a presenciar los acontecimientos por fuera de ellos, es decir, desprendiéndose de la emoción. La calidad de observador extraña al escritor, lo hace otro moviéndose en un mundo ajeno. Este descentramiento afina la mirada de lo que puede ser valioso para ser narrado.

En conclusión, como ejercicio narrativo la crónica resulta realmente beneficiosa para quien la elabora pues no solo tiene efectos cognitivos, de sí mismo y de los otros, sino formales como el reconocimiento de los elementos gramaticales y sintácticos así como de las convenciones de la lengua escrita. También contribuye a afinar la mirada para identificar las cimas y los declives narrativos y seleccionar tanto las palabras precisas como los elementos mas adecuados par entregar la información, todos ellos , aspectos muy importantes para un narrador.

miércoles, 17 de junio de 2009

CRONICA DE CARLOS LOPEZ

PARA LA CUARTA EDAD


Para los que traspasamos los limites de cierta edad, los que tenemos inclinada la balanza hacia el otro lado, concientes o inconscientes, tenemos la tendencia a recordar, como si no viéramos el porvenir o no nos perteneciera. Tal vez por eso cuando se nos presenta la oportunidad de escribir una crónica sobre nuestra ciudad escogemos el pasado, preferimos evocarlo no para quedarnos allí sino como una remembranza feliz.
Te conocí y te vi crecer igual que a mi mismo. Entonces tus parques eran terrenos que llamábamos plazas, repito, terrenos rodeados de viviendas construidas en bahareque, (barro embutido), otras las menos, sus paredes levantadas en adobe, los techos con teja de barro o de zinc, casas que los dueños se llenaban de orgullo llamándolas modernas. Tus linderos… perdón. Tus límites por el oriente llegaban hasta el sitio llamado Tres Esquinas porque efectivamente había tres esquinas. La cuarta esquina era un inmenso terreno donde pastaban animales. Las tres esquinas las formaban casas que daban vida a la calle veinticinco con carrera quinta. Por el occidente terminabas en un sitio que llamaban “la bajada”. Unos atrevidos fundaron a la orilla del río el barrio La Hoyada, que mas tarde bautizaron con el pomposo nombre de El Libertador, aduciendo que por ahí paso Simón Bolívar en una de sus campañas emancipadoras. La bajada era un peligro por lo destapada y su inclinación casi vertical. No la despreciaría Dante si repitiera el descenso a los infiernos. Por el norte tenias una docena de casas, una gran piedra con un letrero que decía: Aquí será construida la iglesia de Nuestra Señora Maria Auxiliadora. La iglesia fue construida lo que demuestra que a veces cumplen los curas y los políticos nunca. A propósito el que diseñó el modelo de las bancas del parque del barrio Belén debe ser el retorno del Marqués de Sade. En esas bancas es posible que alguien duerma una noche de verano. Dudo de que los que se sientan en ellas regresen a sus casas con la columna vertebral ilesa. Por el sur te cercaba el río Combeima, hoy muerto igual a los proyectos de tus dirigentes. Al otro lado del río estaba el llano de los Álvarez, al que se llegaba por un pintoresco puente, orgullo de los ibaguereños y motivo para los paseos al río de cristalinas aguas no contaminadas. Estos terrenos, mas tarde fueron parcelados para construir barrios populares. Se llegaba al río Combeima por un camino “hoy calle primera sur” no sin antes pasar la vuelta del chivo, nombre que se le daba a ese sitio; seguía el camino hacia el barrio La Amé o Lamé. Dejo ese asunto a los historiadores, “a los chivos” de ese tiempo pero… dónde encontrarlos, si ya tengo mas amigos en las tumbas que en los bares, citando al poeta Juan Manuel Roca. Se pasaban la vuelta del chivo y seguían los osados.
En el barrio Lamé vivían las mujeres que llamaban malas, en realidad buenas en el mejor sentido de la palabra. Los chivos ibaguereños se batían por ellas a puñal, a puño limpio los menos bobos y los inteligentes les pagaban el rato. El rey del barrio era un negro hercúleo invicto a puñal, a machete, a mordiscos, etc. etc… Lo conocían con el remoquete de Chorrodihumo. Los inteligentes nunca le hicieron frente para conservarse sanos. Lo despojó de la valentía, al mejor estilo clásico de Indiana Jones, un soldadito barbilampiño quien le disparó una bala de fusil directo al corazón.
Creciste venciendo los inconvenientes que sufren los pueblos normales, eres una ciudad con bellos parques y modernos edificios. De aquel pueblo donde los periodistas inventaban la noticia para cobrar el sueldo ¿Costumbre olvidada?, O como los reporteros del seminario La Linterna informando que en el municipio del Guamo la Patasola había robado una niña por desobedecer a la mamá, no queda nada. De pronto las fotografías tomadas por ese gran amante que tuviste, Señor Camacho Ponce quien tenía el estudio en la carrera tercera entre calles doce y trece. Hoy los de la cuarta edad nos sentamos en las bancas del parque Bolívar -única propiedad tuya que nos dejan los que manejan tu erario - a decirnos mentiras mal disfrazadas de verdad. Unos recuerdan que en la carrera tercera, frente donde estamos sentados, funcionaba la panadería de las Santos que hacían el mejor pan de la ciudad; otro más atrevido asegura que Bolívar orinó en todo el centro de la plaza donde le erigieron la estatua. También orinó - ese lo vi yo- un ángel de mármol que adornaba el parque. Dicen que lo trasladaron a otro lugar para no herir el pudor de las beatas.
Tantas cosas para decir, pero la mente se embota con los recuerdos agolpados en el portón de la memoria, desordenados, luchando por salir y ganar el premio al mejor. Prefiero decirte que te amo, que sigas creciendo, que ojalá tus hijos -los que se hacen llamar estado- te amen la mitad de lo que te amo, y tapen los huecos que atormentan tus calles.
FIN
CARLOS ARTURO LÓPEZ

TIPOS DE PARRAFO

Al escribir una crónica lo primero que descubrimos es que necesitamos recursos descriptivos, narrativos, introductorios, en fin. Es importante entender que para realizar textos narrativos la elaboración de párrafos es esencial. Aquí tenemos una clasificación , con ejemplos, de algunos tipos de párrafos
PARRAFO INICIAL
Es un aeropuerto pequeño, o, si todos los aeropuertos son realmente iguales, éste es de provincia. Se nota en el silencio de los corredores, resistente a pesar de la cantidad de viajeros que bajamos del vuelo “proveniente de la ciudad de México”. Así lo anuncia el altoparlante en un volumen que aumenta la sensación de silencio. Un termómetro gigante avisa: “42 grados”.
En la calma chicha no había lugar para el policía que examina a los viajeros y ahora me llama a mí. Pero ahí está, mira mi pasaporte uruguayo, ya debidamente sellado en la capital, y pregunta, seco:
-¿Qué lo trae por acá?
Lo observo mientras pienso: esto nunca me lo habían preguntado antes, en los Estados Unidos sí, es cierto (“Why you came in America?”), pero no en México. Trato de imaginar por qué me lo pregunta. Mientras tanto, explico que vengo a un Encuentro de Escritores, “Literatura en el Bravo” se llama, y después voy a la Feria del Libro de Chihuahua, de septiembre 2007 -pero ya mis explicaciones son inútiles, el policía me identificó y soy un personaje confiable: “Adelante, bienvenido a Ciudad Juárez”, y agrega: “Señor”. (CRÓNICA DE CIUDAD JUÁREZ . Alfredo Fressia)


PARRAFO FINAL
El último día que lo vio en su consultorio de Cartagena de Indias, recuerda que el único diente que le faltaba a García Márquez era la muela del juicio. Pero aquella primera tarde de 1991, en su consultorio de Bocagrande, Gabriel García Márquez tenía una caries y el doctor Gazabón había decidido operar: le inyectó anestesia local, le extrajo un molar, suturó la herida, y tiempo después colocó un implante en su lugar. Según él, García Márquez nunca se quejó. Sin embargo, desde esa primera cita hubo una pérdida. En la historia de la literatura, sucede siempre: Homero fue ciego, a Cervantes le fallaba un brazo, García Márquez tenía caries.

El hilo dental es más importante que el cepillo me advirtió el doctor Gazabón. Por Por Julio Villanueva Chang. GARCIA MARQUEZ VA AL DENTISTA


PARRAFO DESCRIPTIVO
Desde aquel día en que la desgracia se metió en sus vidas, toda la familia Melo Yela soñó con este funeral. Están reunidos alrededor de dos pequeños ataúdes de madera. Cuatro cirios iluminan la penumbra de la pequeña casa campesina, donde los abuelos, los niños, y los amigos se han congregado para el velorio. Es la noche del 24 de noviembre y decenas de vecinos de la vereda El Águila, en La Dorada (Putumayo), llegan a acompañarlos.

En el centro de la sala están los dos cofres, sobre una mesa pulcramente decorada con un mantel sobre el que cae un velo blanco. En la estrecha sala se va reuniendo una veintena de personas. En el corredor y junto a la ventana, unas 30 más hablan en voz baja, lagrimean y se funden en abrazos con la familia. La atmósfera es triste. Reviven un dolor añejo en esta ceremonia tan anhelada. El silencio es interrumpido por la voz de una mujer entrada en años, que en tono místico dice: "Damos gracias a Dios por habernos permitido encontrar a Dilia Lucía y a José Miguel, y por su descanso eterno ofrecemos este santo rosario…". Y todos empiezan a rezar.( Un puñado de huesos )


PARRAFO NARRATIVO
Mientras intento llevar hasta buen puerto este ejercicio de contrarreloj —el correo local corriente demora tres días en llegar, me lo ha dicho un funcionario de Adpostal—, sigo dando la batalla contra este artefacto endemoniado que me tiene los dedos negros de tinta y los nervios copados. Quién fuera como el niño que se enfrenta por primera vez con este amasijo de teclas y decir, como la hija de mi amigo Fernando Gómez Garzón: "Acabo de descubrir el mejor computador del mundo: no tiene pantalla y no necesita impresora". JAIME ANDRÉS MONSALVE B. De cómo escribí este artículo sin tecnología.soho.2007

PARRAFO CONCEPTUAL

La frontera es al mismo tiempo una ilusión y un golpe de realidad, no existe y muchas veces cuesta la vida. Porque sabidamente México es mayor que su frontera Norte y continúa por los Estados Unidos adentro. Por eso suena tan falsa la idea de línea divisoria, de borde, de “borderline”. Y al mismo tiempo la frontera con los Estados Unidos es la única frontera que definitivamente se pueda conocer. Le cuento a Rodolfo mis viajes a Praga en los años ´80, cuando la “cortina de hierro” parecía inamovible. Parecía frontera. Ahora los estadounidenses proyectan un muro, un trecho de ese muro saldrá desde El Paso. Y será un mero acto de arrogancia. Porque el muro ya existe. Y ya muchos lo atraviesan, empujados por la miseria. ”. (CRÓNICA DE CIUDAD JUÁREZ . Alfredo Fressia)
TIPOS DE PÁRRAFOS



PÁRRAFO EXPOSITIVO: (conceptual) sirven para explicar o desarrollar más ampliamente el tema que se está presentando. Estos suelen ser más extensos y abundantes, dependiendo de la complejidad del tema o del concepto que se esté explicando.

En los textos periodísticos y en los literarios se utilizan para explicar la historia, la situación, la noticia que se está presentando a los lectores.



PÁRRAFO NARRATIVO: Tienen como propósito relatar la secuencia de ciertos sucesos.

Todo lo que transcurre en un tiempo y en un espacio a algo o alguien se expresa a través de párrafos narrativos. Su propósito es que el lector-receptor comprenda una causa y un efecto; un principio y un final; un origen y un destino. A través de los párrafos narrativos, los lectores-receptores logran interpretar ciertas secuencias, la evolución de un asunto o problema, el desarrollo de un evento, las consecuencias de ciertas acciones o los resultados de la combinación de ciertas condiciones



PÁRRAFO DESCRIPTIVO: Presenta a través de las palabras la capacidad censo-motora de un ser humano. Un párrafo descriptivo potencia el uso de la palabra y presenta una imagen sensorial ante los lectores-receptores. A través de un párrafo descriptivo, un autor o autora utiliza todos sus sentidos para delinear los atributos de los objetos y sucesos percibidos. Mientras más detalle el autor o autora los sentidos utilizados en su delineamiento de lo percibido, mejor será la imagen del lector-receptor sobre lo descrito. La superioridad de un escritor o escritora reside en cuán eficientemente provoca todos nuestros sentidos para que percibamos, a través de la palabra, un objeto, un suceso, un evento, una situación.

En cualquier composición en formato de párrafo, un autor o autora puede utilizar párrafos expositivos, argumentativos, narrativos o descriptivos para el desarrollo de su tema o idea central



Tambien existen: Parrafos de introducción, transición, y de conclusión


El Párrafo


El párrafo es una unidad gráfica y de sentido. Esta dividido en dos aspectos importantes: *Párrafo Formal - *Párrafo conceptual. Conceptual. El párrafo formal se inicia generalmente con sangría y letra mayúscula y termina con punto y aparte. El párrafo conceptual contiene ideas que están enlazadas entre si, y que además, se establece una jerarquía entre ellas. Todo fundamentado en una base denominada oración central. En vista de eso, podemos definir el párrafo como una estructura lingüística que expresa el desarrollo de una idea central. Esta formado por una o varias oraciones. De estas una es denominada oración principal. Cuando la oración principal esta ubicada en el centro del párrafo, las oraciones llevan un movimiento ascendente, y todas las demás oraciones giran en torno a esta.

Para redactar un párrafo se debe de tomar en cuenta Cualidades del Párrafo Redactar es escribir claro, integro, breve y original. Por ello, al ciertas cualidades que ayudaran a la presentación clara y precisa del mensaje. Tenemos la unidad de sentido y la coherencia.

Unidad: La unidad determina el criterio de redacción de un párrafo. Todas las oraciones de un párrafo deben de estar relacionadas con la oración principal para que pueda decirse que hay unidad. Es decir que, todas las ideas que lo integran deben tratar sobre un mismo tema o asunto. La coherencia: La coherencia consiste en seguir el orden lógico de las ideas que conforman el párrafo. Es decir, todas las oraciones se suceden en un orden lógico y natural; ayudando a mantener a través de todo el párrafo, la idea principal. Elementos de Enlace: En la redacción de párrafos, la coherencia se pone de relieve utilizando elementos de enlace y de transición. Estos elementos agilizan y facilitan la expresión de las ideas. En la redacción de un párrafo se usan diferentes clases de nexos que ayudaran a presentar un mensaje claro y coherente. Estos son: proposiciones, conjunciones, pronombres relativos y adverbios.



Un párrafo o parágrafo es una unidad de discurso en texto escrito que expresa una idea o un argumento o reproduce las palabras de un hablante. Está integrada por un conjunto de oraciones que tienen cierta unidad temática o que, sin tenerla, se enuncian juntas.



El principio de un párrafo se indica con el comienzo de una nueva línea, tras un punto y aparte. Tras este punto, la nueva línea puede comenzar tras una sangría (o sangrado) o puede señalarse la separación con respecto al párrafo anterior mediante un m




Es un conjunto de oraciones que van desde una sangría hasta un punto aparte y que tratan de un tema en particular. Además están relacionadas entre sí por conectores y tiempos verbales.


Es un conjunto de oraciones o enunciados emanados de una idea central que se unen con coherencia y claridad, El párrafo inicia con Mayúscula y termina en punto.

Tipos de párrafo
Párrafos de introducción: Como su nombre lo indica, sirven para iniciar un texto o introducir al lector al tema que se tratará a continuación. Éstos se encuentran siempre al inicio de un libro, de un capítulo, artículo o apartado. Los párrafos introductorias constituyen una especie de resumen, que se presenta antes de desarrollar el tema con mayor detalle y tienen doble utilidad: Por un lado, le presentan al lector una especie de mapa conceptual, al indicarle los puntos que se tratarán a continuación y por el otro le da una idea de lo que se va a tratar en ese libro o artículo y decida si le es útil para la investigación que está realizando.


Ejemplo:
El propósito de este libro puede definirse con toda precisión muy brevemente: ayudarlo a usted lector, a dominar nuestro idioma de una manera fácil, rápida y segura.

El artículo que a continuación se presenta es un primer planteamiento para avanzar hacia una teoría didáctica. Un aspecto principal para entrar en ese camino lo constituye la necesidad de traer a la pedagogía el dilema filosófico.

Párrafos de transición: Nos sirven para dar un cambio en el tema, también sirven de puente para la continuación del texto. La palabra transición proviene del sustantivo tránsito que significa paso, pasar de una parte a otra. Estos indican que el autor va a dejar de tratar un tema, para empezar a explicar otro diferente. Te das cuenta que un párrafo es de transición, porque utiliza expresiones como las siguientes: en consecuencia, por lo tanto, no obstante, a pesar de lo anterior, además, por último, a continuación, etc.

Ejemplo:
Existen otras formas de representación más o menos semejante a los mapas conceptuales. Aludiremos brevemente a algunas de ellas. (Atkinson y Shifhio. El mapa conceptual como técnica cognitiva y su proceso de elaboración)

A continuación vamos a ver como se cumple cada uno de los cinco pasos en los ejemplos anteriores.

Párrafos conceptuales: Estos párrafos se utilizan para definir un término o concepto que se utilizará más adelante, a lo largo del capítulo, artículo o libro. Sin estas definiciones conceptuales, el lector no entendería las ideas del autor. Por eso son imprescindibles en los escritos de tipo técnico y científico. Existen algunos textos que son tan técnicos y tan complicados, que traen un capítulo especial dedicado a la definición de términos, al que llaman glosario.


Ejemplo:
La estilística consagrada a la enseñanza de un arte o una ciencia se llama didáctica. Ha de ser clara y metódica, pasando de lo elemental a lo difícil de una manera gradual. (Martín Alonso, Ciencia del lenguaje y arte del estilo)

El término radar proviene de las iniciales de las palabras inglesas radio detecting and ranking que vienen a significar radiodetección y localización. (Nueva Enciclopedia Temática)
Párrafos explicativos: Como su nombre lo indica, sirven para explicar o desarrollar más ampliamente el tema que se está presentando. Estos suelen ser más extensos y abundantes, dependiendo de la complejidad del tema o del concepto que se esté explicando.
En los textos periodísticos y en los literarios se utilizan para explicar la historia, la situación, la noticia que se está presentando a los lectores.

Ejemplo:
La historia de las bibliotecas es larga e interesante. Se remonta mucho más allá de la invención de la imprenta y de la aparición de los libros tal y como se los conoce hoy.
Hay eruditos que opinan que se puede suponer la existencia de bibliotecas desde hace unas 5,000 años, si bien la primera de que hay noticia cierta es la de Babilonia, que debió existir hace unos 2,000 años antes de Cristo.

Párrafos de conclusión: Como su nombre lo indica,, se trata de aquellos párrafos mediante los cuales el autor pretende cerrar un tema o un apartado. Estos párrafos se encontrarán al final de un libro, capítulo, artículo o apartado. Es fácil detectarlos porque empiezan con expresiones como las siguientes: en conclusión, en síntesis, de todo lo anterior podemos concluir que, por consiguiente y otras semejantes

Ejemplo:
A modo de breve conclusión, me gustaría expresar algunas reflexiones que pueden ser útiles. En primer lugar, la dinámica de clase que se crea cuando se ha adoptado esta pauta didáctica, está en sintonía con lo que diversos autores describen como fruto de sus trabajos, a saber, que el trabajo cooperativo supera en rendimiento a las modalidades de trabajo competitivo e individualizado… (Joan Rué, El trabajo cooperativo por grupos).

Es importante señalar que existen otros tipos o clases de párrafos:
De enumeración: Constituido por una lista de propiedades que describen un mismo objeto, hecho o idea.
De comparación: Indica las semejantes y diferencias entre dos o mas objetos, situaciones, ideas o personas.
De enunciado solución de un problema: Emplea la forma de plantear y resolver problemas para desarrollar un tema dado.
De causa-efecto: Presenta un acontecimiento o situación seguidos por las razones que los han causado.
Descriptivo: Presenta objetos, lugares y personas.

Que las localice en el diccionario posteriormente y anote su significado en hojas de papel bond, que serán pegadas en el salón de clase.

Un texto está compuesto por un gran número de partes, cada una de ellas de mayor complejidad. Dependiendo del tamaño o extensión del texto de que se trate, tendrá sólo algunas de estas partes o la totalidad de ellas.
Veamos cuales son estas partes, desde la más simple o sencilla, hasta la más compleja:
Las frases y las oraciones
Los párrafos
Los apartados o divisiones, con temas y subtemas. Si se trata de un libro, tendrá varios capítulos. Hay algunas obras que se presentan en varios tomos o volúmenes, es decir que requieren de varios libros para comunicar un mensaje.
Ahora, veremos los diferentes tipos de párrafos que se pueden encontrar en los textos:

Párrafos de introducción: Como su nombre lo indica, sirven para iniciar un texto o introducir al lector al tema que se tratará a continuación. Éstos se encuentran siempre al inicio de un libro, de un capítulo, artículo o apartado. Los párrafos introductorias constituyen una especie de resumen, que se presenta antes de desarrollar el tema con mayor detalle y tienen doble utilidad: Por un lado, le presentan al lector una especie de mapa conceptual, al indicarle los puntos que se tratarán a continuación y por el otro le da una idea de lo que se va a tratar en ese libro o artículo y decida si le es útil para la investigación que está realizando.

Ejemplo:
El propósito de este libro puede definirse con toda precisión muy brevemente: ayudarlo a usted lector, a dominar nuestro idioma de una manera fácil, rápida y segura.

El artículo que a continuación se presenta es un primer planteamiento para avanzar hacia una teoría didáctica. Un aspecto principal para entrar en ese camino lo constituye la necesidad de traer a la pedagogía el dilema filosófico.

Párrafos de transición: Nos sirven para dar un cambio en el tema, también sirven de puente para la continuación del texto. La palabra transición proviene del sustantivo tránsito que significa paso, pasar de una parte a otra. Estos indican que el autor va a dejar de tratar un tema, para empezar a explicar otro diferente. Te das cuenta que un párrafo es de transición, porque utiliza expresiones como las siguientes: en consecuencia, por lo tanto, no obstante, a pesar de lo anterior, además, por último, a continuación, etc.

Ejemplo:
Existen otras formas de representación más o menos semejante a los mapas conceptuales. Aludiremos brevemente a algunas de ellas. (Atkinson y Shifhio. El mapa conceptual como técnica cognitiva y su proceso de elaboración)



DIFERENTES TIPOS DE PÁRRAFO




 En un párrafo, se da información de varias maneras. P.ej. se puede describir, ejemplificar, documentar o evaluar.

 Es importante elegir un tipo de párrafo que sustente el contenido y el objetivo del texto.

8 tipos principales:

 Los informativos - el tema y los hechos son más importantes:

 resumen [referat]
 descripción [beskrivelse]
 informe [beretning]
 análisis [analyse]

 Los que influyen - el mensaje orientado al receptor:

 instrucción [instruktion]
 argumentación [argumentation]
 invitación [opfordring]

 El que evalúa - una expresión de las actitudes y sentimientos del emisor:

 evaluación [vurdering]

Elección del tipo de párrafo:


1. ¿Cuál es el objetivo del texto? ¿Debe informar, instruir, influenciar o evaluar?

1. ¿De qué tipo de texto se trata? P.ej. manual de instrucciones - circular - reseña - folleto.

1. Se debe elegir un tipo principal para el texto, y se puede usar otros secundarios más apropiados en partes del texto.



Lista de tipos de párrafo

La concepción general de los términos.
Algunos se sobreponen.

analizar: examinar y describir los elementos de un tema y la relación entre ellos.

argumentar: presentar razones con el objeto de convencer a otros de la veracidad del mensaje.

relatar [berette]: dar una información detallada del curso de una acción.

describir: presentar los datos esenciales de un objeto, una persona, un proceso, etc., sin evaluar.

charlar [causere]: presentar unas consideraciones no muy profundas, frecuentemente divertidas o sútiles [spidsfindige] de una forma muy subjetiva y sin una disposición estricta.

citar: dar una reproducción literal [ordret gengivelse] de algo que se ha dicho o escrito.

definir: dar una precisión unívoca [entydig] y una explicación del contenido de una palabra o de un concepto.

discutir: ilustrar un tema contrastando diferentes puntos de vista y argumentos.

documentar: determinar algo mediante material o datos concretos; frecuentemente tales datos o hechos sirven como argumentos o premisas de la argumentación.

ejemplificar: informar de la relación entre diferentes temas y condiciones y su influencia mutua.

interpretar: mediante un análisis determinar la concepción de una relación, p.ej. cómo se debe entender un texto.

instruir: dar una orientación de cómo hacer o usar algo.


caracterizar: destacar la característica de un tema, una relación o una persona; se parece a describir, pero generalmente sólo se destacan las características particulares.

clasificar: subdividir una serie de datos, un material, según un sistema determinado.

exponer [redegøre]: explicar una situación o el curso de unos acontecimientos incluidas las relaciones entre ellas y las causas.

referir: dar un resumen de los puntos principales de un asunto.

resumir: de una forma compacta, reproducir los puntos principales de algo que se ha dicho o escrito.

comparar: indicar semejanzas y diferencias entre dos o más temas, circunstancias, etc.

evaluar: definir su actitud al valor de algo, determinar p.ej. si es bueno o malo, feo o bonito, apto o no apto, útil o inútil.








PUNTA GALLINAS, EXTREMO NORTE


"Hazte desear", les dicen las matronas guajiras a sus nietas. Punta Gallinas se hace desear. No es fácil llegar a ella. No se te entrega desde el primer instante. Para poder verla en su inmensa y deslumbrante desnudez hay que atravesar desiertos y marismas, rodear salinas y golfos, cruzar pueblos fantasmas y puertos de contrabandistas, esquivar cementerios blancos en medio de ninguna parte, parar en peajes manejados por niños y en tristes guarniciones militares (una choza y seis hombres) donde el único sueño de los soldados es tener un poco de hielo para enfriar el agua tibia y -si fuera posible- un tabaquito de marihuana para acompañar la soledad y mitigar el calor.
Gracias a que no ha llovido -pues en este desierto a veces llueve- el viaje por tierra y mar desde Riohacha dura siete horas. Si lloviera, podría durar el doble de este tiempo, o tal vez más. La sufrida Toyota que nos lleva es venezolana, como casi todos los carros de La Guajira, robada en el país vecino y más o menos legalizada con placas medio ficticias en alguna oficina de tránsito del departamento. La gasolina también viene de allá. Así es acá. Las zonas fronterizas viven en la frontera de la legalidad. Les quitas eso y se mueren, como pasó con Maicao, la antigua capital del contrabando, que ya no es ni la sombra de lo que fue. De los cuatro mil musulmanes que habían llegado, ya tres mil se volvieron a ir.
Desde Riohacha no hay muchos conductores dispuestos a llevarte hasta la punta extrema de la Alta Guajira. En toda la ciudad no hay más de cinco o seis que sepan descifrar en el desierto la red de caminos inciertos que llevan hasta Punta Gallinas, la lengua de tierra septentrional con que terminan (o empiezan) Colombia y Suramérica. No hay señales en ninguna parte ni mapa de carreteras que te orienten. Algunas veces las autoridades han puesto letreros en el campo abierto, pero los habitantes los quitan o les cambian la dirección a las flechas: saben muy bien que serán dueños del sitio mientras solo ellos conozcan y dominen el territorio, los atajos, las encrucijadas, los peligros. Una especie de brújula invisible, órgano de paloma mensajera, alojada en algún lugar del cerebro de Gustavo, nuestro conductor, es lo que nos lleva, entre tumbos y tumbas, hacia el ansiado norte.
Esto vale la pena vivirlo: en una interminable planicie blanca de algún planeta extraño y despoblado, bajo un sol inclemente, el gran jeep verde avanza como flotando a ciento treinta kilómetros por hora y deja a sus espaldas una polvareda de sal. A veces se avanza a toda velocidad, como por una autopista. Otras veces se va a paso de mula, entre piedras enormes y arroyos secos, sacándoles el cuerpo a los cactus. En la lejanía, sobre las cristalinas aguas estancadas, los patos espátula y los flamingos rosados parecen espejismos, sueños, o recuerdos borrosos de alguna foto de National Geographic. De repente, en los terrenos donde se va despacio, un lazo con trapos rojos y verdes nos impide el paso. Una pareja de niños con cara de viejos, para dejarnos pasar, obligan a comprar al precio que queramos caracoles hervidos o iguarayas del color de las medias de los arzobispos: los frutos maduros de los cactus son jugosos, no muy dulces, y dejan en los dientes la mancha de su sangre.
Al pasar por Puerto Nuevo hay algún movimiento de oscuras mafionetas con los vidrios polarizados, y camiones que pasan cargados hasta el techo de cajas que llevan o traen alguna mercancía que nadie quiere averiguar qué es. Hay un único barco fondeado en la bahía. Max, el fotógrafo, toma un par de instantáneas furtivas, y seguimos adelante, a toda marcha, hasta que en las afueras de Portete nos detiene un retén militar no mucho más imponente que el lazo de los niños. Muestro la vieja tarjeta de periodista, que tiene todavía cierta aura de salvoconducto. El pago del peaje, como ya dije, consiste en bolsas de hielo y un porrito de marihuana Gold de la Sierra. Por un rato, al menos, los soldados tendrán agua fresca, y la monotonía y el calor serán atenuados por el humo benévolo del mejor cannabis de la Tierra.
Se supone que ellos cuidan el pueblo inexistente, sin un solo habitante, de Portete. Puerto Portete, hasta hace apenas tres años, le competía a Puerto Nuevo como lugar privilegiado de embarque y desembarque de contrabando. Era una ruta próspera de salida para lo que da la tierra, y de entrada para las cosas que vienen de Panamá o las Antillas Holandesas (whisky, zapatos, cigarrillos, electrodomésticos). Cada uno de los sitios era dominado por dos distintas familias wayuu. Solo que, según cuentan, los de Puerto Nuevo acabaron aliados con los paramilitares del interior, que no acostumbran los métodos tradicionales de arreglo de conflictos que tienen los indígenas guajiros.
Lo que pudo haberse resuelto con un intermediario palabrero, y pagando en especie alguna indemnización por los agravios padecidos o las rutas en conflicto, se convirtió en carnicería, según el método típico de los paracos. La matanza de Portete ocurrió en abril del 2004. Hubo decenas de muertos y desaparecidos, y niños y mujeres macheteados y descuartizados. Esto rompe con la tradición wayuu de no involucrar nunca a las mujeres en la guerra. El pueblo se vació y hoy no queda nadie por sus calles fantasmales. A una mujer que volvió con su familia, la mataron. Los que sobrevivieron de la casta que aquí dominaba, desplazados, justamente resentidos, esperan al otro lado de la frontera, en Venezuela, algún momento propicio para emprender el regreso. Están armados y saben que algún día volverán, aunque no sepan cuándo. También para ellos la venganza es un plato que se cocina a fuego lento.
Al fin nos acercamos a Bahía Honda, la profunda ensenada marina que anuncia a Bahía Hondita, varios dedos de mar que se adentran por los lados de la meseta peninsular en que consiste la explanada pedregosa y semidesértica de Punta Gallinas, nuestro destino. Aquí, si tenemos suerte, nos recogerá una lancha de pescadores, la de Emilio Arends, que a esta hora a finales de la tarde debe pasar por el estrecho, de regreso a su casa. Rodear las profundas entradas marinas, por tierra, implica unas tres horas más de viaje por entre los médanos, que el chofer hará solo, mientras que la travesía por esta franja de mar dura quince minutos. Pero como el paso de Emilio no es seguro, nuestros guías, Francisco Huérfano y Andrés Delgado, nos sugieren tener a mano los chinchorros para colgarlos de los árboles, en el caso de que no pase la lancha de pescadores y nos toque dormir a la intemperie.

Mientras la Toyota se aleja, cuando apenas si hemos tenido tiempo de vaciar la vejiga y admirar los colores inauditos del mar en este último cañón de agua que se adentra en el continente, empieza a oírse a lo lejos el motor fuera de borda de la lancha de Emilio. Silbamos y hacemos señas con los brazos para que se detengan. Son muy amigos de Francisco Huérfano, que cada mes les trae turistas de cualquier parte del mundo, a dormir y comer en las rancherías de algunos de ellos. Subimos al bote de fibra de vidrio, conducido por un adolescente taciturno, Carlos. Emilio, en cambio, está alegre, y en el corto trayecto hasta el otro lado de la bahía nos pasa varias veces un frasco de chirrinchi, el aguardiente artesanal que los wayuu destilan para su propio consumo, y que entre todos vaciamos hasta el fondo a pico de botella. Es áspero, ahumado, quema el esófago, aviva la conciencia, y debe de tener más de cincuenta grados de gradación alcohólica.
No sé si habrá sido el chirrinchi, un cálculo celestial de nuestros guías, o alguna buena estrella. El caso es que en cuanto terminamos de ascender por el acantilado que nos lleva hasta la desolada meseta donde está Punta Gallinas, el sol se pone, rojo, por el occidente, y la luna llena se levanta, blanca, en el oriente, al mismo tiempo. Por un momento los dos astros se miran como en un espejo, sobre la ocre planicie pedregosa, y por detrás de un mar que acelera el aliento. Todos nos quedamos mudos ante el espectáculo de esta bienvenida. Punta Gallinas se entrega. Difícilmente volveremos a vivir la experiencia de este paisaje impresionante. Toda la noche, sin una sola nube, será iluminada por el claro de luna.
En la ranchería esperan varias mujeres wayuu de todas las edades, un hormiguero de niños y niñas, un perro y un cerdo. Huele a arroz blanco y a pescado fresco, listo para freír en el aceite. A la entrada del cobertizo donde nos reciben, hecho de yotojoro (especie de bahareque que se saca del corazón del cactus), que hace las veces de sala de recibo, y donde también colgaremos las hamacas para dormir, está Toni Arends, hermano de Emilio, con su esposa, Lilia, elegante y altiva, y está la hermana más joven y más vivaz de las Arends, Luz Mila, con un hermoso niño de tres años, Bebé, que tiene desde ahora una mirada de mando y poderío, y una curiosidad inteligente. Mientras nos saludamos, el rebaño de cabras está entrando al corral para pasar la noche.
Nuestros anfitriones son pastores, pescadores y comerciantes. Hablan entre ellos con el dulce acento del wayuunaiki, su lengua materna, y con nosotros en un español correcto. Salvo los niños, que hablan solo en wayuunaiki, todos son perfectamente bilingües. Antagonistas de los Arends han sido los Cohen, de un pueblo vecino, con quienes combatieron una guerra sangrienta hace ya varios decenios, de la que prefieren no hablar, para no tener pesadillas ni mal sabor en la boca mientras atienden a sus huéspedes.
Después de una noche serena en los chinchorros, madrugamos a conocer el sitio exacto en el que termina o empieza Suramérica, el extremo más al norte de este continente. En Punta Gallinas, a cien metros del mar abierto, hay un faro alimentado por energía solar, montado en una estructura de hierro roja y blanca. A su lado hay tres burros y ocho cabras, más una casita semiderruida que fue del guardafaros, Pedro Robles, hoy reemplazado por infantes de marina que vienen cada tres meses de Cartagena a hacer mantenimiento. En una de las paredes de la casa abandonada se lee, escrito a mano con brocha gorda y en pintura roja, el apellido de un político: Araújo. Sobre la tierra, entre guijarros y conchas de moluscos, brotan retoños verdes con margaritas diminutas que beben la humedad nocturna y que sirven de alimento a las cabras. Sobre la arena encuentro una quijada de burro sonriente, igual a aquella que usó Caín para matar a Abel, y que tal vez los Cohen usaron para matar a sus hermanos Arends.
Como es domingo, le pregunto a Toni si ellos no descansan en las fiestas. "Todos los días son iguales", me dice, en su tono amable y sentencioso. Después vamos a los pozos de agua. Cada familia de la meseta de Punta Gallinas tiene su propio hueco tapado, que cierran con candado. Acarrean el agua descolgando los baldes con una cuerda. Las cabras hacen fila para beber y las que van llegando se arremolinan alrededor del bebedero. Beben una vez al día, por la mañana. El agua de la casa también se saca de allí, de ese pozo cuyo lugar fue soñado hace siglos por un antepasado. "Aquí somos ricos en agua", me dice Toni, sin reparar en que deben llevarla hasta la casa en pimpinas, a pie o en bicicleta, a kilómetros de distancia, cada dos o tres días.
En el corazón de Punta Gallinas se ven los nítidos rastros de una pista de aterrizaje. En los años de bonanza fue un aeropuerto de narcos, y los wayuu recibían aportes por dejarlos usar sus tierras de resguardo. Ahora la pista muestra cráteres profundos, que cuando llueve se llenan de agua para abrevar las cabras. La Fuerza Aérea bombardeó la pista hace tiempo, y la interdicción aérea acabó de fregar el negocio, que ahora los narcos hacen con lanchas rápidas que zarpan de los puertos. Si son interceptadas, arrojan al mar la mercancía, y ha habido veces en que los wayuu encuentran bolsas de cocaína en la playa, y viven de ese hallazgo durante meses. Lo mismo ha ocurrido con cajas de whisky, de ropa, de cigarrillos. Ante un peligro de decomiso, los contrabandistas arrojan todo por la borda, y el generoso mar, a los pocos días, deposita todo en la orilla.
Emilio se acerca en bicicleta y nos llama. Tenemos suerte. Han pescado un tiburón y nos lo quiere mostrar. Mide más de dos metros y debe de pesar ciento cincuenta kilos. Los ancianos lo destajan. No se lo venderán a su tío, Jacobo Arends, el dueño de la única pesquera de Punta Gallinas, porque lo paga muy barato. Este hombre duro, seco, tiene más hijos que los patriarcas antiguos, ochenta, aunque no nos informan con cuántas mujeres. No le venden a él el tiburón. Más bien van a salarlo y a ponerlo a secar en el techo de zinc de la casa, para cuando pasen los comerciantes de pescado seco que vienen a comprar desde Maracaibo. Así se gana más. Salan los trozos inmensos del tiburón con la misma sal gruesa que recogen de las marismas.
Después de almorzar unas langostas y unos langostinos suculentos, aliñados con ajo, sacados hace un instante ante nuestros ojos, mientras nos dábamos un chapuzón en el mar, visitamos la escuela. Está al lado de la casa de la abuela Arends, una matrona inmóvil, vieja como son viejas tan solo las mujeres de la Biblia. Allí mismo vive su hija, Ana Arends, la rectora, que no siempre está allí pues tiene otras escuelas a su cargo en la Alta Guajira, y da clases a veces, sobre todo de educación física, en la playa. Hablo con la maestra, Ana Alvarado. Hay 131 niños matriculados en Punta Gallinas, y seis asistentes. Ella sola, más otra maestra sin sueldo, Diana Gómez, deben dar todos los cursos, de preescolar a quinto. Bienestar Familiar les manda mercado para el desayuno de los niños, y las madres se turnan para cocinar. También el agua la traen por turnos los alumnos, desde los pozos. Ana sueña con que la gobernación les contrate siquiera otra maestra, para poder dedicarles más tiempo a los niños. Pero Uribia, el municipio del que dependen, aunque recibe jugosas regalías de las minas del Cerrejón, se gasta en corrupción todo aquello que no le da a la educación.
Algo parecido pasa con la salud. Hubo una promotora de salud, que ponía inyecciones, daba remedios y recomendaba medidas de higiene. Pero le suspendieron el sueldo. No hay puesto de salud, aunque hace años que ruegan que el Gobierno les ponga uno. El hospital más cercano está a muchas horas de camino y a Punta Gallinas el transporte público llega tan solo una vez por semana. Tampoco tienen energía eléctrica, y el teléfono satelital que les instaló Compartel fue devastado hace meses por el salitre, y no funciona, ni hay forma de que lo vengan a arreglar. Sin embargo, los Arends no se quejan de la vida. En Punta Gallinas hay gente que vive realmente mal, los más pobres, pero los más pobres no son ellos.
Vuelve a caer la noche sobre la Alta Guajira, y los chinchorros se cuelgan. Nos dormimos temprano. Amanece al instante. Las cabras salen al campo, los pescadores se marchan hacia el mar abierto. Las mujeres van a los pozos. Jacobo Arends pasa en su flamante Toyota nueva y mira displicente detrás de sus Ray Ban. Los días son iguales. La amplia meseta desolada muestra sus tonos ocre y el mar se tiñe de todos los azules y de todos los verdes. La vida se repite, hermosa y serena. Pobre sin amargura. Un poco suspicaz y reservada, raras veces violenta. Punta Gallinas, con sus wayuu hospitalarios y ahora abiertos al turismo, pese a todas sus necesidades y a todas sus carencias, es un magnífico lugar de la Tierra. Ojalá se conserve.

El sol se pone, rojo, por el occidente, y la luna llena se levanta, blanca, en el oriente. Difícilmente volveremos a vivir la experiencia de este paisaje impresionante
tOMADO DE LA REVISTA SOHO

GARCIA MARQUEZ VA AL DENTISTA



García Márquez va al dentista

En siete años, Gabo nunca llegó tarde a su cita con el odontólogo; ésta es la macondiana historia secreta de una sonrisa, contada por quien tuvo en sus manos al autor de “Cien años de soledad”.

La consulta del doctor Gazabón estaba en un barrio de Cartagena de Indias de adecuado nombre: Bocagrande.
La tarde del 11 de febrero de 1991, el doctor Jaime Gazabón abrió una puerta de su clínica dental de Cartagena de Indias y descubrió a Gabriel García Márquez tan solo como un astronauta en su sala de espera. Recuerda que eran las dos y media de la tarde, y que el paciente había llegado puntual a su primera cita. "En siete años nunca llegó tarde", me dijo el dentista una tarde de 1999 al contarme su historia íntima con el escritor más famoso de la tierra. Aquella primera vez García Márquez había llegado hasta su consultorio en su automóvil con chofer, en un barrio de la ciudad cuyo nombre es perfecto para el oficio de odontólogo: Bocagrande. En la mesa de centro sólo había literatura de consultorio de dentista, unas cuantas revistas para disimular la espera antes de ingresar al cuarto de salud dental, y música de fondo con efectos sedantes. Cuando el odontólogo salió a recibirlo, el escritor acababa de completar en forma manuscrita la ficha de su historia clínica. "Nombre del paciente: Gabriel García Márquez. ¿Cuál es su ocupación?: Paciente vitalicio. Número de teléfono: Cortado por falta de pago. Si es casado, ocupación de su esposa: Sí, no hace nada. ¿Para qué compañía trabaja su esposa?: Ya quisiera yo saberlo. Nombre de la persona responsable por el pago del tratamiento: Gabo, el hijo del telegrafista. ¿Tiene usted alguna molestia o dolor?: Molestia sí, el dolor vendrá después. ¿Nos podría decir quién lo recomendó al doctor?: Su fama universal".
Fue todo lo que García Márquez escribió en aquella primera dramática visita que tarde o temprano todos hacemos al consultorio de un dentista.
Los primeros siete años de consulta el odontólogo trató a García Márquez con el respetuoso vocativo de maestro. Luego empezó a llamarlo compadre. El doctor Gazabón recuerda que, luego de enterarse de que su esposa estaba embarazada de su sexto hijo, García Márquez le preguntó con el entusiasmo de un cura recién ordenado: "¿Y cuándo lo bautizamos?". Jaime Enrique de Jesús iba a ser su primer hijo varón. Pero el odontólogo no entendía entonces esa pregunta del novelista. Según Gazabón, alguien que había vivido en México le explicó que en ese país, donde el escritor ha vivido por décadas, el honor de ser padrino se pide a los padres y no al revés. El día del bautizo, García Márquez y su esposa, Mercedes, fueron los primeros en llegar a la iglesia.
No creo que nada sea casual me dijo el dentista . Fue un bautizo macondiano.
Aquella ceremonia no parecía haber sido la primera coincidencia familiar. El doctor Gazabón recuerda que las familias de ambos habían sido vecinas en el barrio de Pie de la Popa y que la hermana de García Márquez iba a jugar a casa con su hermana. Por entonces el dentista era un bebé de un año y el escritor debía ser un veinteañero, alguien que andaba mamando gallo, ese modo tan caribeño de tomarte el pelo y vacunarte contra toda solemnidad. Eran de generaciones distantes: cuando García Márquez ganaba el Nobel, Gazabón hacía un postgrado de Rehabilitación Oral en la Ohio State University. La primera vez que el ilustre paciente visitó la casa de quien iba a ser su compadre, recuerda el dentista, el novelista entró por la puerta principal y salió por la de la cocina para saludar a las muchachas de servicio.
Desde que García Márquez lo visitara en su consultorio dental, la vida del doctor Gazabón sufrió una metamorfosis. Sus amigos le enviaban libros para que García Márquez se los dedicara. Unas palabras. Una firma. Un garabato. Por favor. Las señoras le rogaban fotografiarse con él. Una sola vez. Un minuto. Por favor. El dentista era invitado a leer un fragmento de "Cien años de soledad" en el Museo Naval de Cartagena. Los pacientes que llegaban al consultorio dental veían colgado en una pared, arriba del sillón negro donde se acostaban, un cuadro con una fotografía del paciente ilustre y su odontólogo envidiado. Así, todos sabían que García Márquez iba donde aquel dentista. ¿Pero cómo había llegado García Márquez hasta allí?
2
Una noche de septiembre de 2004, tiempo después de haberse mudado a Florida, el doctor Jaime Gazabón abrió un maletín negro que guardaba cerrado con una clave de seguridad. Estaba de pie, frente a la mesa del comedor de su nueva casa, revolviendo algunos objetos de la amistad con su compadre García Márquez. Aún había cajas por abrir, una señal de que su mudanza a Estados Unidos todavía no acababa. En el comedor, por debajo de una mesa, se paseaba Blackie, un perro pincher en miniatura de quien el dentista decía que sólo le faltaba hablar, y en las paredes de su casa colgaban pinturas de su esposa, la artista plástica Ángela Schiappa. El dentista y su familia se habían mudado a Tampa, Florida, luego de haber tenido que partir de Cartagena, donde él y su esposa eran militantes evangelistas de la Comunidad Cristiana de Fe. Ambos solían predicar en barrios populares donde no eran bienvenidos por la guerrilla. En los meses posteriores a la mudanza, el doctor Gazabón aún no podía ejercer en Florida de odontólogo, y por entonces trabajaba de ceramista dental en un laboratorio de prótesis molares. Se había vuelto un escultor de dientes de porcelana.
Luego de abrir la clave de seguridad de su maletín, el dentista extrajo de él una bolsa de terciopelo azul, una de esas donde los joyeros guardan metales preciosos en miniatura para protegerlos del maltrato del tiempo. Aquella medianoche de otoño de 2004, en uno de los cuartos de su nueva casa en Tampa, su hijo menor, Jaime Enrique de Jesús Gazabón, se había quedado dormido. No pude entonces preguntarle nada sobre Gabriel García Márquez, su padrino de bautizo. Tenía siete años, pero cuando lo bautizaron era un bebé y entonces no podía recordar más de lo que sus padres le habían contado. Esa noche, después de que su hijo se había quedado dormido, el doctor Gazabón parecía estar dispuesto a mostrarme lo que no me había confiado cinco años atrás, aquella tarde en que lo conocí en su consultorio de Bocagrande. El odontólogo guardaba un secreto en esa bolsa de terciopelo azul.

3
No fueron nada novelescas las razones que llevaron a García Márquez al consultorio de Gazabón. El dentista recuerda que un odontólogo de Bogotá había operado una corrección en la dentadura del escritor y que, luego, éste le recomendó buscar al ortodoncista Luis Eduardo Botero para continuar su tratamiento en Cartagena de Indias. Era una operación de rutina. Sólo parecía necesitar a uno de esos especialistas que mueven dientes en mala posición y los devuelven a su lugar normal. El ortodoncista pudo colocar los dientes de García Márquez en su sitio, pero le diagnosticó un dolor periodontal. En buen castellano, un dolor de encías. Era la especialidad del doctor Gazabón y el ortodoncista se lo recomendó. Fue así como aquella tarde de febrero de 1991, el dentista descubrió al hijo del telegrafista en la sala de estar de su consultorio de Bocagrande, en el instante en que éste escribía los datos de su historia clínica en una ficha de cartón que le había entregado su secretaria, Onira Madera.
Fue como un mandato de Dios me dijo Gazabón trece años después, en su casa de Florida.
Durante las consultas, García Márquez se volvía más terrenal cuando hablaba de política. Un día el dentista se atrevió a comentarle algo sobre Dios.
Gabo hizo lo que cualquier persona recordó Gazabón . Dio un muletazo y pasó a otro tema.
El dentista entendió que debía evitar a Dios en sus conversaciones con el novelista. Pero la pregunta metafísica era qué diablos iba a hacer el dentista con sus recuerdos cuando García Márquez se muriera.
Uno nunca sabe me dijo, escéptico . Hasta uno se puede morir antes que él.
Los dentistas no van al cielo le advertí.
Fíjate que yo sí voy respondió.
No estaba mal saber que uno va siempre hacia alguna parte. Sentirse un hombre bueno parecía ser la única soberbia en el doctor Gazabón. La última vez que atendió a García Márquez la tenía apuntada en su historia dental: 20 de enero de 1999. Fue un miércoles. El dentista también recordaba haber recibido una llamada telefónica suya en diciembre de aquel año apocalíptico.
García Márquez se iría de Cartagena de Indias al siglo siguiente. Por entonces, un cáncer linfático se asomaba a su vida. Según el dentista, hubo incluso un rumor de que el cantante Julio Iglesias quería comprar la casa del escritor. Antes de mudarse a Estados Unidos, el doctor Gazabón dice haber dejado una carta a uno de los hermanos del escritor con el expreso pedido de que él la leyese. También, una caja de galletas que solía preparar la suegra del dentista. Esa noche de otoño de 2004, en una Florida de huracanes, el doctor Gazabón me dijo que aún no había recibido ninguna respuesta.
4
No había razones obvias para explicar por qué García Márquez lo eligió su dentista y luego su compadre. El doctor Gazabón era un dentista de provincia. En los estantes de su consultorio de Cartagena de Indias no se asomaba ninguna novela, apenas clásicos de la dentadura anglosajona, como "Periodontal disease", "Occlusal problems", dolorosa literatura para odontólogos. El doctor Gazabón no había leído la novela "Anestesia local", de Günter Grass, ni el cuento "El dentista", de Alfred Polgar. Ni un episodio de "Memorias del subsuelo", de Dostoievski, donde éste escribe sobre la voluptuosidad de un dolor de muelas. Menos aún "Experiencia", un libro de memorias de Martin Amis, donde el inglés narra sus angustiosas visitas al dentista. El doctor Gazabón había leído el poema "Desiderata", que por entonces colgaba de una pared del consultorio, por encima de un mueble con enjuagues bucales y dentaduras postizas. En mi visita de 1999, sobre su escritorio había una calavera y no tenía nada que ver con Hamlet. Era la escenografía de un sacamuelas, el lugar común de la castración dental.
El doctor Gazabón tenía una teoría elemental: García Márquez lo había elegido su compadre para romper la rutina de famoso. "La gente se olvida de que Gabo es un ser humano", dice. Pero la gente también se olvidaba de que Gazabón era un ser humano. Le preguntaban, por ejemplo, cuánto se podía cobrar a un compadre como él. "¿Podría decir quién lo recomendó al doctor?: Su fama universal", había escrito García Márquez en esa ficha de historia clínica de su primer día de paciente.
5
El doctor Gazabón solía hablar de García Márquez con admiración, familiaridad y sin falsas reverencias. Esa noche de otoño en Florida, contaba anécdotas del Premio Nobel de Literatura mientras revisaba el maletín negro donde guardaba sus más íntimos recuerdos bajo clave. La historia clínica del paciente García Márquez, retratos de familia con García Márquez, recortes de prensa sobre García Márquez, una muela de García Márquez. Sí. El tesoro del doctor Gazabón era un molar con tres raíces y una incrustación de oro. Sólo por saber que había pertenecido al señor García Márquez, aquella muela adquiría una apariencia de ficción y, en consecuencia, lucía más horrenda en el acto de extraerla de su bolsa de terciopelo. Ver cualquier muela fuera de su boca hace que uno pasee su lengua para verificar si las suyas siguen allí, dispuestas aún a masticar y morder. El molar de un genio se ve tan espantoso como el de cualquiera y crea la ilusión de que todos somos iguales bajo las tenazas de un dentista.
Pero una muela de García Márquez en tus manos es más que eso: es la historia secreta de una sonrisa.
Desde años atrás en García Márquez ya habitaba cierta inexplicable predilección por el tema dental. Había dedicado algunos episodios de su obra a lo indefenso que uno puede ser ante un dolor de muelas y a la fascinación que puede causar una dentadura. En "Un día de éstos", uno de sus cuentos más memorables, Aurelio Escovar, un dentista sin título, extrae sin anestesia la muela que ha torturado por cinco días a su opositor, el alcalde de un pueblo sin nombre.
Por suerte, García Márquez nunca quiso ser alcalde y Gazabón es un odontólogo con título. Años después, en "Cien años de soledad", el novelista escribió un episodio premonitorio de su primera visita al odontólogo: "Vieron (los habitantes de Macondo) un Melquíades juvenil, repuesto, desarrugado, con una dentadura nueva y radiante. Quienes recordaban sus encías destruidas por el escorbuto, sus mejillas fláccidas y sus labios marchitos, se estremecieron de pavor ante aquella prueba terminante de los poderes sobrenaturales del gitano". En resumen, Melquíades terminó sacándose los dientes y envejeciendo de pronto, pero luego se los puso otra vez y sonrió con el poder restaurado de su juventud. Sí. El hombre envejece cuando sus dientes no se reponen. García Márquez lo sabía bien. Perder un diente era también una metáfora de la caída del poder.
No había sido el primer escritor en fascinarse por las muelas. Joyce y Nabokov habían perdido la dentadura antes de cumplir los cincuenta años, y no se ahorraron palabras para retratarlas en sus libros como algo más que un rasgo fisonómico. Martin Amis, otro escritor del club de los desdentados, ensayó en su libro "Experiencia" una explicación sobre la comunidad de escritores de dientes postizos: "¿Qué más tenían en común Nabokov y Joyce aparte de la pésima dentadura y una soberbia prosa? El exilio y décadas de una precariedad económica cercana a la indigencia. Y una compulsiva tendencia al exceso. Y la desmedida sumisión que merecidamente les inspiraban sus esposas". Cualquier parecido con García Márquez era pura coincidencia.
Es como un dios de la literatura me dijo Gazabón esa noche en Florida . Todo el mundo está interesado en cualquier cosa que hace. Estoy seguro de que Gabo sabe que yo no puedo esconder lo que pasó entre nosotros.
El último día que lo vio en su consultorio de Cartagena de Indias, recuerda que el único diente que le faltaba a García Márquez era la muela del juicio. Pero aquella primera tarde de 1991, en su consultorio de Bocagrande, Gabriel García Márquez tenía una caries y el doctor Gazabón había decidido operar: le inyectó anestesia local, le extrajo un molar, suturó la herida, y tiempo después colocó un implante en su lugar. Según él, García Márquez nunca se quejó. Sin embargo, desde esa primera cita hubo una pérdida. En la historia de la literatura, sucede siempre: Homero fue ciego, a Cervantes le fallaba un brazo, García Márquez tenía caries.
El hilo dental es más importante que el cepillo me advirtió el doctor Gazabón.
La Vanguardia /The New York Times Syndicate
(*) Julio Villanueva Chang nació en Lima en 1967, es periodista y escritor, y ha dirigido hasta hace pocos meses la revista peruana "Etiqueta Negra". Este año publicará "Un extraterrestre en la cocina", antología de sus crónicas y artículos. Una primera versión de "García Márquez va al dentista" apareció en "Etiqueta Negra" en noviembre de 2004.

EL QUE ENCIENDE LA LUZ


por Julio Villanueva Chang


Género incómodo por su naturaleza híbrida, la crónica sobrevive en el universo raudo y pedestre del comunicado oficial y la entrevista de banqueta. Según Julio Villanueva Chang, la supervivencia de los cronistas depende de dos valores que los editores preferirían ahorrarse: tiempo y dinero. Y sin embargo, se mueve.
1.
Se venden crónicas. Pero, sobre todo, se venden nuevas máquinas para que un cronista sea más veloz: nuevas grabadoras, nuevos ordenadores portátiles, nuevas cámaras fotográficas, nuevos micrófonos en miniatura. La novedad es la tecnología, y no una nueva visión del mundo. Cada vez hay menos diferencias entre un periodista y un espía. Sin embargo, uno de los problemas de la prensa diaria sigue pareciendo un asunto metafísico: el tiempo. El trabajo del reportero de un diario suele ser un tour sin tanta sorpresa: páginas programadas, entrevistados programados, respuestas programadas, escenarios programados, tiempo programado. Se suele ver a un entrevistado en los lugares de siempre: la oficina, un restaurante, la sala de su casa. La entrevista como género siempre ha sido un acto teatral, y en la mayoría de las ocasiones no llega a ser una situación de conocimiento. Sólo una colección de declaraciones. Hay tiempo para actuar, pero no hay tiempo para entender qué significa lo que sucede.
Italo Calvino contaba que ya en su juventud había elegido como lema la antigua máxima latina Festina lente: apresúrate despacio. A diferencia del drama del reportero de un solo acto, un cronista suele disfrutar del lujo del tiempo, pero tampoco puede escapar de él: "Una crónica lograda es literatura bajo presión", dice Juan Villoro. Festina lente. Cuando trabaja por su cuenta y vive de escribir historias, el tiempo a su disposición no es siempre el mismo: a veces tres días, otras, dos semanas, o, con insólita suerte, cinco meses. No hay sólo una tecnología de la escritura; también hay una precariedad de la lectura: "Soñamos con un lector que no existe", recuerda Alma Guillermoprieto. A diferencia de los diarios, algunas revistas se dan el lujo de dar más tiempo a sus autores para entregar una historia. Es decir: se dan el lujo de haber sido hechas para leer y sorprender. Sólo en esos casos, un cronista tiene más oportunidades de buscar una cosa y encontrar otra, inesperada: lo más emocionante para un cronista es descubrir cosas que no está buscando. Hay una palabra en inglés para nombrarlo: serendipity. ¿No es acaso una paradoja buscar el azar? Pero esta búsqueda del azar cuesta también tiempo y trabajo. Cuesta preguntarse qué es digno de contarse y qué es digno callar. Y cuesta aprender a esperar a que suceda algo digno de contarse. Para escribir una historia, hay que aprender a sorprenderse. A veces la única condición para escribir una historia de verdad es aprender a esperar.

2.
Los secretos están sobreestimados. Todo-el-mundo-tiene-más-de-un-secreto. A la gente, en tanto ciudadanos, le interesa el periodismo de investigación. Pero a la gente, sin estadísticas ni etiquetas, le seduce que le cuenten historias. Hay ciertas sociedades y épocas en que lo real es más aburrido que la ficción, y en donde escribir crónicas acaba siendo un asunto funerario. Pero en general es al revés: suceden tantos hechos extraordinarios en el mundo que se ha vuelto un desafío escribir una novela que te persuada de abandonar la seducción por lo real. Cada día buscamos esa abundancia de lo extraordinario por habernos aburrido de leer tan malas novelas (y de ver tan malas noticias). Cada día buscamos literatura, pero en los hechos reales, a veces domésticos, y en la voz de la gente detrás de estos hechos: más que leer, la gente busca experiencias. Una literatura de todos los días. Y la gente se cuenta historias para dar sentido a su experiencia. La vida, en el acto del recuerdo, no es más que una colección de experiencias. Desde niños hemos conjugado más el verbo contar que informar: cuéntame, te cuento, qué me cuentas, no se lo cuentes a nadie. Desde niños hemos conjugado más el verbo descubrir que denunciar: lo descubrí, nos descubrieron, descubrí que, nunca me vas a descubrir. Para descubrir, basta una curiosidad vagabunda e inteligente. Es lo que suele animar a un cronista. Y empezar a preguntar, porque no es tan retórico repetir que las mayores certezas están siempre en las preguntas.
Ryszard Kapuscinski recuerda que los dueños y editores de los periódicos valoran ahora su información por el interés que ésta puede despertar y no por la verdad que se hayan propuesto encontrar. Pero hay una minoría de publicaciones que evitan tratar a los lectores como clientes. No publican siempre lo que les piden, sino también lo que creen que deberían leer: historias de vida pública y privada para ayudar a derribar prejuicios e ignorancias. La crónica es en ese sentido el género más libertino y democrático: ofrece la oportunidad de buscar no sólo a personajes y fuentes oficiales —autoridades, celebridades, especialistas—, sino también a gente ordinaria, esa especie de extras de cine mudo a los que nadie les ha pedido la palabra. Los cronistas tienen el privilegio de contar no sólo lo que sucede, sino lo que parece que no sucede. Una parte de las historias más memorables en diarios y revistas es aquella en la que sus autores han hallado un modo singular de contagiar esa fascinación que sintieron por lo descubierto. Ese modo en que un autor tiene de buscar ser sorprendido es lo que Carlo Ginzburg llama la "euforia de la ignorancia". La última tecnología sigue siendo la curiosidad.

3.
Un cronista no tiene escapatoria del pasado: trabaja siempre con recuerdos. Son recuerdos ajenos de la gente que le cuenta los hechos. Son recuerdos propios cuando tuvo la suerte de ser testigo y reconstruye lo que le contaron. Ya que en estos tiempos un reportero rara vez es testigo de los hechos, la entrevista se ha consagrado no sólo como una técnica para obtener información, sino como un género que facilita la producción y el consumo de noticias como comida rápida. La entrevista, más que un modo de conocer algo o a alguien, se ha convertido en una forma frecuente de la autobiografía. ¿Cómo confiar en un relato si, al margen de su propia voluntad, un testigo suele olvidar, distorsionar y mentir? "Todos tenemos un novelista en la cabeza", advierte Timothy Garton Ash. Recordar, más que reconstruir los acontecimientos, es reconstruir una memoria de los acontecimientos.
Gordon Thomas recordaba que los periodistas y los espías se parecen en que tratan desesperadamente de confiar en alguien. Es cierto: muchas veces entrevistar a alguien no es más que un acto de buena fe. Citar entre comillas ha terminado por convertirse en un modo de lavarse las manos: no tuve tiempo de verificar si sucedió, pero X lo dijo así en la entrevista. Pero a veces confiar en un cronista es también un acto de buena fe. Un reportero de ayer puede convertirse mañana en un sospechoso común. Algunos diarios y revistas de los Estados Unidos, entre ellos The New Yorker y The New York Times Magazine, y sólo uno de Hispanoamérica, como Etiqueta Negra, además de la figura del editor como un colaborador secreto, tienen verificadores de datos, quienes, más que ser fiscales de los autores, son guardaespaldas de los lectores y de la reputación del propio escritor. Algunos autores —por urgencia, pereza o autosuficiencia— suelen citar de memoria, dar por hecho declaraciones de un testigo, confundir datos históricos. "Los verificadores de datos no existen para que no nos hagan demandas, sino para respetar la ignorancia de la gente", recuerda Alma Guillermoprieto. "En periodismo, la labor de comprobación equivale al amor", escribió Norman Mailer. Y no de un retórico amor al prójimo, sino del más egocéntrico amor propio.

4.
La objetividad es más para un Premio Nobel de Física que para un cronista. En esta época ya no es posible transmitir conocimiento con sólo dictar información: lo que descubra un autor por sí mismo tiene la ventaja de fijarse más en su memoria y en la de sus lectores. Para ello, un cronista responsable tiene un pacto tácito con un lector: le cuenta una historia construida desde un punto de vista múltiple, incluyendo en mayor o en menor medida el suyo, y el lector supone que va a leer una historia que no es objetiva pero que intenta ser honesta. Si se toma libertades, el lector espera —tácitamente— que el cronista se lo advierta. Un cronista busca convivir más tiempo con la gente y estar presente en situaciones en que puede ser un testigo de cómo cambia alguien ante sus ojos. Busca otros escenarios de entrevista y observación social tratando de reducir un tanto la inevitable teatralidad de cualquier entrevista. Un cronista recuerda también lo que en la práctica diaria del periodismo no es tan obvio: que una persona no es la misma de noche que de día, que no es la misma sola que acompañada, que no es la misma en su ciudad que cuando está de viaje, que tiene épocas de mal humor o de euforia, y, más allá de los hechos, intenta averiguar si fue un accidente o es un patrón de conducta. En suma, un cronista trata a la gente sólo por horas, y suele cuidarse de la tentación de emitir sentencias. Un cronista usa la entrevista como técnica para obtener información, y privilegia la observación social de los fenómenos, y cómo éstos afectan la vida de cierta gente, desde un acontecimiento de masas hasta la intimidad de una subcultura. Un cronista, además, ensaya ideas y explicaciones sobre el mundo retratado en sus textos. Pero más que su oficio de reportero-ensayista-escritor, un cronista es ante todo un lector, y no sólo de sí mismo: para escribir la aparente historia inofensiva de un chimpancé, puede leer docenas de libros y no sólo de primatólogos ni de etología, sino también sobre la risa, y hasta buscar pistas en un archivo judicial.
Las noticias de corrupción conviven sin celos con las crónicas sobre animales: las revistas y los diarios tienen páginas para sumergir a sus autores bajo una retórica de la objetividad, pero también para hacerlos respirar con su voz propia. Hay quienes confunden tener una voz propia con el uso de la primera persona gramatical. En los medios periodísticos de Hispanoamérica, se suele satanizar el uso de la primera persona, excepto si cuentas con la licencia de columnista: "Se trata de fabricar la ilusión de que alguien o algo ajeno al yo del sujeto, y en consecuencia, a sus intereses y opiniones, narra los hechos —explica Arcadi Espada—. Es desde este punto de vista que se proscribe, en la estilística periodística, el uso de la primera persona del singular (excepto cuando esta persona ha alcanzado un estatus divino y entonces ya puede equipararse al Dios objetivo, mayestático y sin alma, que es el narrador habitual del periodismo)". Y añade: "Así es como cada yo queda en su casa y Dios en la de todos". Más allá de dogmas e ironías, Walt Harrington hace una pregunta justa: "¿Es posible que escribir sobre ti mismo siga siendo todavía periodismo?". Alguien dijo que una de las paradojas del gusto de las masas es su amor por lo individual.

5.
Siempre hubo una relación incestuosa entre el periodismo y la literatura, pero nunca se trató de llevar la información a un salón de belleza. Hay quienes todavía creen que el periodismo es más prestigioso cuando se parece a la literatura, y que un libro de reportajes sólo maravilla cuando se lee como una novela. Para estos lectores miopes, la crónica, igual que los chistes, es sólo un pariente pobre del cuento. A pesar de la obra de reporteros emblemáticos como Gay Talese y Ryszard Kapuscinski, el periodismo narrativo en Hispanoamérica sigue siendo un malentendido: "periodismo" es el adjetivo, y "literario" es el sustantivo. El triunfo de la estética sobre la ética. Pero es obvio que no todas las noticias merecen ser narradas ni todos los reporteros pueden ser buenos narradores.
Hay además un abismo invisible entre una "historia bien escrita", y una "buena historia". La primera puede serlo por haber sido escrita con claridad, gracia y sensualidad. La segunda, en cambio, debe tener el mérito de descubrir todo un mundo ignorado y ni siquiera necesita estar tan bien escrita para ser digna. Es el poder literario de selección, del que escribe Timothy Garton Ash. El vigor de una historia está también en esa tensión entre lo que se sabe y se ignora, entre lo que se cuenta y lo que no se cuenta, y en cómo un autor selecciona y usa esta información para construir una metáfora de su época. Se trata de convertir el dato en conocimiento. Más que un relato entretenido y bien escrito, un cronista ensaya una visión de su época a través de la experiencia extraordinaria de un individuo. "La noticia ha dejado de ser objetiva para volverse individual. O mejor dicho: las noticias mejor contadas son aquellas que revelan, a través de la experiencia de una sola persona, todo lo que hace falta saber. Eso no siempre se puede hacer, por supuesto", escribe Tomás Eloy Martínez. Así una crónica puede llegar a ser personal, universal y atemporal. O como dice Juan Villoro: un modo de improvisar la eternidad.

6.
Lo que se cree verdad puede ser también una forma de la ignorancia. Hay una suprema ignorancia y cierto desdén por la última historia del periodismo narrativo en diarios y revistas de los Estados Unidos (y viceversa), de ahí que en Hispanoamérica se insista aún en citar las veteranas novedades de Truman Capote y Tom Wolfe, y en creer a ciegas que A sangre fría es el paradigma de la non fiction sin advertir que es sobre todo una novela. También, sin advertirlo, toda esta ignorancia y menosprecio por lo publicado en los Estados Unidos en las últimas tres décadas ha hecho que el periodismo narrativo en Hispanoamérica siga siendo, más que un modo de reportar y entender una subcultura, un eslogan. Algunos tardíos escépticos del New Journalism lo recuerdan más como un experimento de escritura —escenas, diálogos, perspectiva, estatus de personajes— en que el autor parecería, casi como sus personajes, el centro del universo. Pero, desde Capote y Wolfe hasta estos días, existe una abundante narrativa documental dispuesta a ser examinada. "Contrario a los Nuevos Periodistas, la nueva generación experimenta más con el modo en que consigue una historia", escribe Robert S. Boynton en The New New Journalism, un libro de conversaciones con diecinueve periodistas estadounidenses sobre su oficio. "Sus innovaciones más significativas han sido experimentos con el reporteo, más que con el lenguaje que usan en sus historias", sentencia Boynton. Sería genial que los nuevos escépticos puedan decir que los experimentos con técnicas de reporteo suponen también experimentos con la verdad.
¿Qué sucede mientras tanto en Hispanoamérica? A pesar de esta tradición estadounidense, y del trabajo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano —con García Márquez a la cabeza—, la discusión en las escuelas y los diarios insiste en arrestar al género bajo sospecha. Es un debate que empieza declamatoriamente en la ética y acaba siempre en las finanzas, una desconfianza no tanto de los lectores sino más propia del gremio de la prensa y sus gerentes. Se gasta tiempo en convencerlos de que vale la pena conceder a los cronistas un mayor espacio en los periódicos. Pero el máximo argumento no va más allá de que, así como un libro de reportajes no vende tanto como una novela, tampoco una crónica venderá más periódicos. No es un profesional debate literario; es una vocación comercial. "La máquina de escribir es siempre una máquina registradora, y la literatura, una economía, un sistema de circulación", recuerda Villoro.
Si el periodismo es el arte de envolver pescado, habría que empezar por respetar más a los pescados. Uno de los anzuelos para pescar más lectores de crónicas es apostar por publicar con frecuencia historias más poderosas, inteligentes y conmovedoras que estén más cerca de la gente común y corriente, y a la vez demanden un nuevo tipo de imaginación, compromiso y tiempo de trabajo de editores y cronistas. No sólo hay más nombres a quienes recordar —más allá de los históricos José Martí, Josep Pla, Abraham Valdelomar, Salvador Novo, Rodolfo Walsh, Joaquín Edwards Bello, o el propio García Márquez—, sino que también hay más revistas, páginas de diarios y editoriales independientes, que, a pesar de no poder evadir la bulla de las máquinas registradoras, han apostado por fundar una tradición de literatura documental que no se agota en las estereotipadas y recurrentes historias de guerra, corrupción, celebridades y miseria. Quedan unas cuantas preguntas urgentes para los cronistas: ¿saben en qué formas narrativas y de reporteo se producen los libros de narrativa documental? Y más que deslumbrar por su modo de contar: ¿hasta dónde puede conseguir una crónica iluminar el mundo que retrata? En Hispanoamérica, los cronistas aún no tienen tiempo de explicarlo. -

LANZAMIENTO DEL LIBRO ESTE VERDE PAIS



LA DENSIDAD DE LAS PALABRAS

En el siguiente cuento de Luisa Valenzuela podremos observar cómo , a partir del cuento "Las Hadas" ella elabora un personaje, escoge un tiempo, unas circunstancias narrativas y una focalización. Al dar "la otra versión" crea un mundo de relaciones lógicas que cambian la perspectiva de lo narrado.
LA DENSIDAD DE LAS PALABRAS
LUISA VALENZUELA


Mi hermana, dice, se parecía a padre. Yo –dicen- era el vivo retrato de madre, genio y figura. “como todo el mundo quiere generalmente a quien se le asemeja, esta madre adoraba a su hija mayor y sentía al mismo tiempo una espantosa aversión por la menor. La hacia comer en la cocina y trabajar constantemente”. Así al menos reza el cuento, parábola o fábula, como quieran llamarlo, que se ha escrito sobre nosotras. Se lo puede tomar al pie de la letra o no, igual la moraleja final es de una perversidad intensa y mal disimulada.

Padre, en el momento de narrarse la historia, ya no estaba más acá para confirmar los hechos.

El hada tampoco.

Porque hada hubo, según parece. Un hada que se desdobló en dos y acabó mandándonos a cada una de las hermanas a cumplir con feracidad nuestros destinos dispares. Destinos demasiados esquemáticos. Intolerables ambos.

¿Qué clase de hermanas fuimos? Qué clase de hermanas me pregunto. Y otras preguntas más: ¿quién quiere parecerse a quién?¿Quién elige y por qué?

Bella y dulce como era, se cuenta – parecida a nuestro padre muerto, se cuenta-, mi hermana en su adolescencia hubo de pagar los platos rotos o más bien lavarlos, y fregar e ir dos veces por día a la lejana fuente en procura de agua. Parecida a madre, la muy presente, tocome como ella ser la mimada, la orgullosa, la halagada, la insoportable y caprichosa, según lo cuenta el tal cuento.

Ahora las cosas han cambiado en forma decisiva y de mi boca salen sapos y culebras.

De mi boca salen sapos y culebras. No es algo tan terrible como suena, estos animalejos tienen la piel viscosa, se deslizan con toda facilidad por mi garganta.

El problema reside en que ahora nadie me quiere, ni siquiera madre que antes parecía quererme tanto. Alega que ya no me parezco más a ella. No es cierto: ahora me parezco más que nuca.

De todos modos es así y no tengo la culpa. Abro la boca y con naturalidad brotan los sapos y brotan las culebras. Hablo y las palabras se materializan. Una palabra corta, un sapo. Las culebras aparecen con las palabras largas, como la misma palabra culebra, y eso que nunca digo víbora. Para no ofender a mi madre.

Aunque fue ella quien me exilió al bosque, a vivir entre zarzas después de haberme criado entre algodones. Todo lo contrario a mi hermana que a partir de su hazaña vive como princesa por haber desposado al príncipe.

“Tú en cambio nunca te casarás, hablando como hablas actualmente, bocasucia”, me increpó madre al poco de mi retorno de la fuente, y pegó media vuelta para evitar que le contestara y le llenara la casa de reptiles. Limpitos, todos ellos, aclaro con conocimiento de causa.

Ya no recuerdo en cuál de mis avatares ni en qué época cometí el pecado de soberbia.

Tengo una vaga imagen de la escena, como en sueños. Me temo que no se la debo tanto a mi memoria ancestral como al hecho de haberla leído y releído tantas veces y en versiones varias.

Todo empieza -empezó- cierta mañana cuando mi hermana de regreso de la fuente nos dijo Buenos días y de su boca saltaron dos perlas enormes que se echaron a rodar. Mi madre les dio caza antes de que desaparecieran bajo la alacena. Bien, rió mi hermana y de su boca cayó una esmeralda, y por fin puesta a narrar su historia regó por todo el piso fragantes flores y fulgurantes joyas.

Mi madre entonces ni corta ni perezosa me ordenó ir a lamisca fuente de la que acababa de retornar mi hermana para que la misma hada me concediera un idéntico don. Por una sola vez, insistió mi madre, ni siquiera debes volver con el cántaro lleno, sólo convidarle unos sorbos a la horrible vieja desdentada que te los pida, como hizo tu hermana y mira qué bien le fue. No es horrible, protestó mi hermana la muy magnánima y de su boca chorrearon unas rosas y me pregunté por qué no se pincharía de una vez con las espinas. Para nada horrible, claro está, se retractó mi madre rápidamente, para nada: se trata de un hada generosa aunque muy entrada en años que le concedió a tu hermana este resplandeciente don y contigo hará lo propio. Tu bella hermana, dice ahora al verla por vez primera.

Fue así como me encaminé a la fuente, protestando.

Llevaba un leve botellón de plata y me instalé a esperar la aparición de la desdentada pedigüeña. Dispuesta estaba a darle su sorbo de agua al hada vieja, sí, pero no a la dama de alcurnia, emperifollada ella, que apareció de golpe y me reclamó un trago como quien da una orden.

No señora, le dije categórica, si teneís sed procuraos vos misma un recipiente, que yo estoy acá para otros menesteres.

Y fue así como ahora estoy sola en el bosque y de mi boca salen sapos y culebras.

No me arrepiento del todo: ahora soy escritora.

Las palabras son mías, soy su dueña, las digo sin tapujos, emito todas las que me estaban vedadas; las grito, las esparzo por el bosque porque se alejan de mí saltando o reptando como deben, todas con vida propia.

Me gustan, me gusta poder decirlas aunque a veces algunas me causen una cierta repugnancia. Me sobrepongo a la repugnancia
y ya puedo evitar totalmente las arcadas cuando la viscosidad me excede. Nada debe excederme. Los sapos me rondan saltando con cierta gracia, a las culebras me las enrosco en los brazos como suntuosas pulseras. Los hombres que quieren acercarse a mí – los pocos que aparecen por el bosque – al verlas huyen despavoridos. Los hombres se me alejan para siempre.

¿Será esta la verdadera maldición del hada?

Porque una maldición hubo. Hasta la cuenta el cuento, fábula o parábola del que tengo una vaga memoria – creo haberlo leído-. La reconozco en esto del decir mal, del mal decir diciendo aquello que los otros no quieren escuchar y menos aún ver corporizado. Igual al apropiarme de todas las palabras mientras merodeo por el bosque me siento privilegiada. Y bastante sola. Los sapos y las culebras no son compañía lúcida aunque los hay de colores radiantes como joyas. Son los más ponzoñosos. Hay culebras amigas, sin embargo, ranitas cariñosas. Me consuelan.

Me consuelan en parte. Pienso a veces en mi hermana, la que fue a la fuente y regresó escupiendo tesoros. Sus dulces palabras se volvieron jazmines y diamantes, rubíes, rosas, claveles, amatistas. El recuerdo no me hace demasiado feliz. Mi hermana, me lo recuerda el cuento, era bella, dulce, bondadosa. Y además se convirtió en fuente de riquezas. El hijo del rey no desaprovechó tamaña oportunidad y se casó con ella. Yo en cambio, entre sapos y culebras, escribo. Con todas las letras escribo, con todas las palabras trato de narrar la otra cara de una historia de escisiones que a mi me difama.

Escribo para pocos porque pocos son los que se animan a mirarme de frente.

Este aislamiento de alguna forma me enaltece. Soy dueña de mi espacio, de mis dudas – ¿cuáles dudas?- y de mis contriciones.

Ahora sé que no quiero bellas señoras que vengan a pedirme agua. Quizá no quiera hadas o maravillamientos. Me niego a ser
seducida.

Casi ni hablo.

A veces lo viscoso emerge igual, en un suspiro.

De golpe se me escapa una lagartija iridiscente. Me hace feliz, por un buen rato quedo contemplándola, intento emitir otra sin lograrlo, a pesar de reiterar la palabra lagartija. Solo sapos y más sapos que no logran descorazonarme del todo. Beso algunos de lo sapos por si acaso, buscando la forma de emular a mi hermana. No obtengo resultado, no hay príncipe a la vista, los sapos siguen sapos y salidos como salen de mi boca quizás hasta pueda reconocerlos como hijos. Ellos son mis palabras.

Entonces callo. Solo la lagartija logra arrancarme una sonrisa. Sé que no puedo atraparla y ni pienso en besarla. Se también que de ser hembra y bajo ciertas circunstancias podría reproducirse solita por simple partenogénesis, como se dice.

Ignoro a qué sexo pertenece. Otro misterio mas, y ya van cientos.

Pienso en mi hermana, allá en su calido castillo, recamándolo todo como las perlas de palabras redondas, femeninas. Mi lagartija, de ser macho, de encontrar su hembra, le mordería el cuello enroscándose sobre ella hasta consumar un acto difícilmente o imaginable por la razón pero no por los sentidos. Mi hermana allá en la protección de su castillo azul –color de príncipe- estará todo el día armando guirnaldas con sus flores, enhebrando collares de piedras preciosas variopintas y coronas que caducarán en parte. En cambio yo en el bosque no conozco ni un minuto de tedio. Yo me tengo que ir abriendo en la maleza, mientras ella andará dando vueltas por un castillo rebosante de sus propias palabras. Debe proceder con extrema cautela para no rodar por culpa de una perla o para no cortarse la lengua con el filo de un diamante. Sus besos deben ser por demás silenciosos. Dicen que el príncipe es bellísimo, dicen que no es demasiado intelectual y la conversación de mi hermanita solo le interesa por su valor de cambio. No puede ser de otra manera. Ella hablará de bordados, del tejido, de los quehaceres domésticos que ama ahora que no tiene obligación alguna de ejercerlos. El castillo desborda riquezas: las palabras de ella.

Yo a mis palabras las escribo para no tener que salpicarlas con escamas. Igual relucen, a veces, según como les de la luz, y a mi se me aparecen como joyas. Son esas ranitas color de fuego con rayas de color verde quetzal, tan pequeñas que una se las pondría de prendedor en la solapa, tan letales que los indios de las comarcas las usan para envenenar sus flechas. Yo las escupo con cierta gracia y ni me rozan la boca. Son las palabras que antes me estaba prohibido mascullar. Ahora me desacralizan, me hacen bien. Recupero una dignidad desconocida.

Las hay peores. Las estoy buscando.

Antes de mandarme al exilio en el bosque debo reconocer que hicieron lo imposible por domarme. Calla, calla, me imploraban. El mejor adorno de la mujer es el silencio, me decían. En boca cerrada no entran moscas. ¿No entran? ¿Entonces con qué alimento a mis sapos?, pregunte alarmada, e indignada más bien sin admitir que mis sapos no existen antes de ser pronunciados. Triste es reconocer que tampoco existiría yo sin pronunciarlos.

A mi hermana la bella nadie le reclama silencio, y menos su marido. Debe sentirse realizada. Yo en cambio siento lo que jamás había sentido antes de ir a la fuente. No me importa avanzar entre las zarzas e ir apartando ramas que me obstruyen el paso, menos reimporta cuando los pies de se me hunden en la resaca de hojas podridas y los troncos de árboles caídos ceden bajo mi peso. Me gusta las lágrimas del bosque llorando como líquenes de las ramas más altas: puedo hablar y cantar por estas zonas y los sapos que emergen en profusión me lo agradecen. Entonces bailo al compás de mis palabras y las voy escribiendo con los pies en una caligrafía alucinada. Aprovecho las zonas más húmedas del bosque para proferir blasfemias de una índole nueva para una mujer.

Esta es mi prerrogativa porque de todos modos – como creo haber dicho- de mi linda boquita salen sapos y culebras escuerzos, renacuajos y demás alimañas que se sienten felices en lo húmedo y retozan. También yo retozo con todas las palabras y las piernas abiertas.

Pienso en la edulcorada de mi hermana que solo tiene al alcance de la boca palabritas floridas. La compadezco, a veces.

Pienso que si ella se acordara de mi, cosa poco probable allá en su limbo, también quizá, me este compadeciendo.

Equivocadamente. Porque en el bosque en medio de los batracios soy escritora y me siento en mi casa. A veces. Cuando no llueve y truena y el croar se me hace insoportable como el mugido mil toros en celo.

Los detesto. Les temo. A los toros en celo que no existen.

Mi hermana en cambio solo ha de conocer dulces corderillos entre cuyos vellones, ella se enhebra zafiros y salpica con polvo de topacios y adorna con hibiscos detrás de las orejas. Monumento al mal gusto.

Yo, el mal gusto, solo en la poca cuando alguna de las siguientes preguntas se me atraganta: ¿Quién me podrá querer? ¿Quién podrá contenerme?

Pero soy escritora. Sapos y culebras resumen mi necesidad de amor, mi necesidad de espanto.

Conste que no pronuncio la palabra cobra, o yarará, la palabra pitón o boa constrictor. Y en ese no pronunciar puedo decirlo
todo.

Necesario es reconocer que tanto mi hermanita como yo disfrutamos de ciertos privilegios. Casi ni necesitamos alimento, por ejemplo; las palabras nos nutren. A fuerza de avanzar por el bosque. Yo me siento ligera, ella debe de estar digamos rellenita con sus vocablos dulces. Un poquito diabética, la pobre. No quiero imaginarla y la imagino, instalada en su castillo que empiezo a divisar a lo lejos. No quiero ni acercarme.

La corte de sapos croa, las víboras me van guiando por una picada en el bosque cada vez mas ralo, voy llegando a la pradera y no quiero acercarme al castillo de mi hermana. Igual me acerco.

La veo a la distancia: ella está en la torre vigía me aguarda, la veo haciéndome gestos de llamada y seguramente me llama por mi nombre porque en el aire vuelan pétalos blancos como en una brisa de primavera bajo cerezos en flor. Mi hermana me llama – caen pétalos -, yo corro hacia ella. Hacia el castillo que en ese instante va abriendo su por suerte desdentada boca al bajar el puente levadizo. Corro más rápido, siempre escoltada por mi corte de reptiles. No puedo emitir palabra. Mi hermana se me acerca corriendo por el puente y cuando nos abrazamos y estallamos en voces de reconocimiento, percibo por encima de su hombro que a una víbora mía le brilla una diadema de diamantes, a mi cobra le aparece un rubí en la frente, cierta gran flor carnívora esta deglutiendo uno de mis pobres sapos, un esfuerzo masca una diamela y empieza a ruborizarse, hay otra planta carnívora como trompeta untuosa digiriendo una culebra, una bromelia muy abierta y roja acoge a un coquí y le brinda su corazón de nido. Y mientras con mi hermana nos decimos todo lo que no pudimos decirnos por los años de los años, nacen en la bromelia mil ranas enjoyadas que nos arrullan con su coro digamos polifónico.