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miércoles, 29 de julio de 2009

Visita de Camilo Pérez Salamanca




En días pasados nos visitó el cronista Camilo Pérez Salamanca. De su charla nos quedó claro que los limites entre la crónica y la narración, e incluso la ficción narrativa, a veces, dependen sólo del tiempo transcurrido. En la crónica la visión de mundo es un lente que determina la realidad y la transforma o la encanta: Donde los antiguos cronistas vieron sirenas nosotros vemos Manatís.

martes, 28 de julio de 2009

los verbos y la narración

Esta es una información importante: Ahora que estamos narrando necesitamos identificar el modo en el que estamos usando nuestros verbos.

Aspectos formales de la narrativa
Los tiempos verbales

Técnicas para la creación de una atmósfera en base a los tiempos verbales; coherencia de los tiempos verbales; adecuación de los tiempos verbales al propósito del autor.
Las ciencias humanísticas constantemente investigan la forma de traducir al lenguaje natural lo que ocurre a nuestro alrededor. Como ciencia humanística, la lingüística ha conceptualizado su área de estudio, el lenguaje, proveyéndonos de herramientas para definir los múltiples e insospechados eventos que ocurren cuando construimos una frase o simplemente emitimos un sonido.
Una de las facetas más notables de esta conceptualización, que nos ha llegado directamente de la experiencia vivencial cotidiana y que conocemos, en sus aristas más comunes, la mayoría de nosotros, es el asunto de los tiempos verbales. Es un aspecto sencillo del manejo del idioma porque se refiere principalmente al pasado, el presente y el futuro, tres instancias de la realidad con las cuales estamos en diario contacto al recordar los eventos acontecidos, comentar lo que está ocurriendo o prever lo que haremos. Aunque la lingüística subdivide el pasado, el presente y el futuro en varias categorías de acuerdo a la forma verbal que se utilice, trataremos de ser menos técnicos y centrarnos en la estructura misma del tiempo tal como le conocemos.
El tiempo más usado en la narrativa es el pasado y todas sus variantes. Esto se debe, sencillamente, a que las personas solemos decirlo casi todo en pasado. Cuando niños, al describir el juego que nos aprestamos a emprender, declaramos: Yo tenía una casa y tú venías a visitarme. Y aun cuando comentamos algo sobre una persona que conocemos, solemos expresar cosas como: Él se llamaba Joaquín; aun en el caso de que sepamos que la persona mencionada sigue viva, lo que obligaría a usar el tiempo presente. Lo que influye en nuestra forma de hablar para que esto sea así es la característica misma del tiempo: no sabemos qué es exactamente, pero sí cómo medirlo, y que lo único cierto, lo único de lo cual tenemos claro conocimiento, es lo que ya ha pasado, pues el presente es una fracción infinitesimal de tiempo y el futuro no es aún una cosa concreta.
En narrativa, el manejo de estas características tan especiales del tiempo tiene una utilidad concreta: la creación de una atmósfera en la cual se desenvuelven los personajes. Con el pasado como principal forma de exponer lo narrado, los matices vienen dados por la forma de usar los participios y demás formas verbales correspondientes al tiempo pasado. El presente y el futuro tienen usos más particulares y algunos requieren de un conocimiento profundo del idioma y de las peculiaridades de cada tiempo verbal.
La atmósfera mencionada más arriba no es más que la unión de las condiciones que afectan directa o indirectamente a los personajes de lo narrado. La descripción del escenario, los diálogos de los personajes y comentarios sobre coordenadas temporales y geográficas forman parte de la creación de una atmósfera. Más solapados, los tiempos verbales tienen la responsabilidad de situar al lector en los parámetros propios de la historia, como la lejanía cronológica de lo narrado o el estado de ánimo de los participantes en los hechos.
Podemos distinguir dos estilos principales en el manejo del pasado. El primero es el que refleja el empleo normal del idioma cotidiano, el segundo es el que da la idea de un pasado muy lejano en el tiempo. Tanto uno como el otro pueden estar matizados por la manera de usar los verbos, pero es común encontrar, en el segundo caso, que la narración reciba un matiz nostálgico gracias al manejo de los tiempos verbales.
Como un ejemplo del primer caso podemos citar este párrafo de Rayuela, de Julio Cortázar (p. 285):
Ahí nomás se apareció Remorino con un anciano que parecía bastante asustado, y que al reconocer al administrador lo saludó con una especie de reverencia.
Obsérvese que esta acción podría haber ocurrido hace muy poco tiempo o hace muchos años; en cualquier caso, el manejo del pasado es llano y no se complica; simplemente se narra un hecho que ya ocurrió, ergo, está en el pasado.
Existen formas más elaboradas de usar el pasado y tienen propósitos específicos. Por lo general, se valen de la combinación de dos o tres verbos para darle mayor profundidad a la frase. Esta forma de construir la oración generalmente anexa, al verbo que define la acción en sí, los verbos estar, haber o parecer a modo de auxiliares. Una forma sencilla de usar el pasado podría ser esta: Rogelio llegó a la estación dos horas después. Pero podemos darle diferentes matices escribiéndola de alguna de estas maneras:
Rogelio estaba llegando dos horas tarde a la estación.
Rogelio había llegado a la estación dos horas después.
Rogelio parecía haber llegado a la estación dos horas después.
Los tres ejemplos pertenecen al pasado, pero se distinguen tres formas distintas de este tiempo. En el primer caso, la frase indica que el pasado es muy reciente, casi galopando sobre el presente. En el segundo caso se trata del mismo pasado que conocemos, pero matizado de tal manera que el tiempo verbal pareciera diferir la acción hacia un pasado más remoto de lo normal. Este segundo caso es muy usual cuando la narración requiere un toque nostálgico y se le ve mucho en varios pasajes de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. En el tercer caso se plantea la posibilidad —aunque no la certeza— de que el personaje haya realizado determinada acción.
Al no ser no más que un instante, el presente es un poco más peculiar. Suele usarse la narración en presente cuando se desea dar a la narración un equilibrio entre lo que se está narrando, el tiempo de lo narrado y el tiempo del lector, quien se ve de esta manera más relacionado con la acción. El uso más fácil de recordar de la narración en presente es, ni más ni menos, las narraciones históricas. Suele leerse en estos textos frases como: Los soldados dan la vuelta a la plaza y toman como rehenes a los oficiales del bando enemigo. Aunque el hecho en realidad haya ocurrido hace mucho tiempo, la narración en presente involucra directamente al lector.
En la narrativa el fin es el mismo, y nos atrevemos a decir que el efecto es más interesante para el lector, pues éste entiende que lo narrado es por lo regular un hecho imaginado por el autor. Un ejemplo claro de esto lo encontramos en Unos zapatos, cuento breve de Gabriel Jiménez Emán que aparece en el libro Los dientes de Raquel (p. 39):
Es la historia de un par de zapatos de cuero marrón oscuro y lustroso número 40. Mario se va a dormir frecuentemente a las 11:30 y los deja bajo la cama.
El zapato derecho espera que Mario se duerma y luego trata de despertar al zapato izquierdo, que siempre permanece inmóvil. Después camina solo por toda la habitación, y si la puerta está abierta sale a caminar entre los árboles, a tomar el aire o a ver las estrellas. Muy pronto se aburre de andar solo y piensa en el zapato izquierdo, el perfecto compañero para sus andanzas nocturnas.
Pasan los días y el zapato derecho sigue insistiendo en despertar al zapato izquierdo, y un día, por fin, lo logra. Se explica por eso que Mario se despertara una mañana y no encontrara a sus zapatos nunca más.
La narración en futuro es menos usual y requiere de un manejo más profundo de las conjugaciones. Aunque solemos leer diálogos de personajes donde éstos declaran lo que tienen pensado hacer algún tiempo más tarde, la narración en sí de un hecho que aún no ha ocurrido encierra una mayor dificultad porque el escritor debe hacer que coincida el tiempo del verbo con las circunstancias que permiten predecir lo que está por venir.
En cualquier caso, el manejo de los tiempos verbales depende principalmente de la intención que tenga el autor para con el hecho narrado. Después de definir el curso de la historia y los personajes principales que participarán en ella, es la forma como se usarán los verbos lo que normalmente sigue en el orden de prioridades. Los tiempos verbales, salvo en casos muy especiales, deben seguir una misma línea y concordar unos con otros para dar a la narración un tono creíble.
tomado de:http://www.letralia.com/jgomez/ensayo/aspectos/02.htm

lunes, 27 de julio de 2009

cuento de Hugo Fernando Bahamón



LA LUZ APAGADA

Aquella noche, esas calles se mostraban vacías, solas, sin vida. Pero al fijarmos un poco más, sobre los andenes de cemento agrietados y cascados por el olvido, logramos observar algunas ratas que asomaban sus hocicos entre varios montones de basura, en procura de alimento. No sólo éstas se hallaban presentes; también se encontraban, a unos metros de la basura y alejados de las luces, unos cuantos vagabundos, tumbados en el suelo, hediondos en alcohol y otros olores tan propios de esa fauna urbana, con las miradas perdidas e insensibilizados por algún alucinógeno. El frío, que ya nos agobiaba, parecía no verter efecto en ellos. Puedo asegurar que no repararon nuestra presencia.
Luciano y yo nos movíamos sigilosos. Desde que nos encontramos, varias calles atrás, no habíamos cruzado palabra. Entonces quise romper aquel silencio asfixiante, deprimente, intolerable. Ese silencio que absorbía todo el ruido de la ciudad, que absorbía nuestros pasos y los transformaba en frío; en desasosiego. Intenté decir algo pero Luciano, llevándose un dedo sobre los labios, me indicó que no lo hiciera. Enseguida callé, herido en mi orgullo y vi que me observaba con un gesto de reproche. Pero luego, convirtiendo su voz en un susurro, dijo que no es prudente que hablemos en estos lugares, porque además de cualquier peligro natural, era probable que nos estuvieran vigilando. Agradecí su deferencia ofreciéndole un cigarrillo, que rechazó al instante. Pensé que era por la marca, que no era fina, no tenía estatus; pero entonces volví a ver esa mirada odiosa que me reprochaba. Omitiéndola, encendí el mío, y empecé a sentir, a intuir, en cada aspiración de plomo y nicotina, que ese hombre era un gusano. Y que de seguro él no me veía a mí como algo mejor. Cuando terminé el cigarrillo ya no tenía ninguna duda: Luciano era un gusano.
El insecto, dando unos pasos cortos, se abrochó aún más la chaqueta y me habló con un hilillo de voz que negaba su naturaleza. Es cierto, ya habíamos avanzado algunas calles y nos encontrábamos inmersos en la nada, en medio de esa otra ciudad que nunca aparece en los noticieros ni en las guías turísticas, donde –lo sabíamos- sí habría mucho que temer. Me miró con petulancia y empezó a interrogarme acerca de mis trabajos anteriores: con quién había trabajado; qué “técnicas” prefería usar; desde cuando estaba en esto; y así...
Intenté impresionarlo con mis respuestas. Rebajarlo para poder aplastarlo, pero no lo logré. Había trabajado con fulano y con mengano, los mejores del país. Prefería usar un arma de fuego, ojalá una Pietro Beretta 7.65. Llevaba varios años en el negocio. También en el exterior, un par de veces. Y así. Fingió meditar mis respuestas y pausadamente me dio su aprobación, con un ligero movimiento de cabeza. Pero yo sabía que él, perro viejo, de alguna manera me había descubierto, aunque no lo dijo. El muy gusano sabía arrastrarse bien en las agónicas luces de la calle.
Opté por seguir su juego. Ya tenía razones para odiarlo –y lo venía haciendo hace rato- pero, era obvio, él sería la persona con la cual debía llevar a cabo el trabajo y tendría que confiar en él. Y por supuesto, él en mí. Luciano, hombre de 1.90, espalda ancha, cabello profundamente negro y cara de filisteo, tenía la cancha, la experiencia; el recorrido. Yo sólo tenía la necesidad, el apuro. Empecé a buscar la manera de desquitarme de él, de las circunstancias, de mi suerte, pensando en ello mientras nos acercábamos a la Casa, donde se nos darían las últimas instrucciones -nombre de la víctima, costumbres, dirección- y un adelanto en efectivo.
Una neblina tenue, insulsa, vino a recordarnos el frío anticipado de la madrugada y el deseo de haber estado más abrigado. De haber estado lejos de aquí, en un lugar donde no tuviera que estar entre escoria; donde no tuviera que andar con insectos que se creían hombres. Niquelados. Alienados. Perdidos.
Camuflados entre la niebla, esta vez fui yo quien le preguntó sobre su vida; sus trabajos, sus gustos personales, su familia, tratando de encontrar la forma de colarme por una grieta de su alma y tenerlo en mis manos cuando lo quisiera. Pero su arrogancia natural impedía cualquier tipo de confianza. Me respondió que un profesional jamás revelaba esa clase de asuntos a nadie. Lo repitió varias veces con énfasis, con ironía, para mostrarme lo que yo era: nadie. Sin embargo, sí me confió que este sería su último trabajo. Pasara lo que pasara, jamás volvería a hacerlo ni por dinero, pues ya he ahorrado lo suficiente, ni por ideales porque ninguna ideología, cierta o falsa, merece otro muerto de mi parte, ni por mujeres. Ni siquiera por honor, si es que este alguna vez se obtiene. La información fue suficiente. Desde ese momento no necesité saber mucho más sobre Luciano, el gusano, para ayudarle a perder el honor, si es que este alguna vez lo obtuvo.
Después de un buen trecho, logramos divisar la Casa al final de una calle ciega y maloliente. La Casa no tenía colores porque no recuerdo ninguno. Pero era la única con una luz en el exterior; una débil farola en el desvencijado frente de madera y bareque. Las demás casas de esa calle eran oscuras, mortuorias, ruinosas. Todas abandonadas al mismo estilo y a la misma suerte.
El sonido de una sirena, unas cuantas calles atrás, alertó a Luciano. Se detuvo enseguida y colocando una mano sobre mi hombro, me obligó a hacer lo mismo. Me arrastró de manera brusca hacia el portal de una de aquellas casas y allí, agazapados, pude ver la desesperación en su rostro: el terror. En cambio él no supo fijarse en mi sonrisa.
Esperamos algunos minutos mientras el eco de la sirena se diluía entre la oscuridad y el silencio. Yo me levanté primero tratando de limpiar la suciedad de mi pantalón, mirándolo de manera recia. El gusano siguió deslizándose por el suelo algunos momentos. Al incorporarse, pudo leer la interrogación en mi rostro. Me aclaró, gentilmente, que a nada le temía más que a la cárcel. Prefiero que me maten en seco. Mi cara se iluminó de nuevo porque ya sabía, por Dios que sí, qué debía hacer para que Luciano, el gusano, se arrastrara entre lo más bajo de sus miserias.
De forma grosera ordenó que me adelantara hacia la Casa, en tanto él se quedaría allí vigilando algunos minutos porque ya estaba cabreado, y además porque esto me da mala espina. Sin decir más, sacó un revolver 38 corto de su chaqueta y me lo pasó sin titubear. Lo tomé sin afán y lo guardé en el bolsillo de la mía; me encaminé sin mucha prisa hacia la Casa por el corredor contrario al de Luciano y vacilé al llegar ante la puerta. En ese instante el estruendo de la sirena se escuchó con más claridad, con más fuerza. Casi de reojo vi cuando Luciano se arrojaba de nuevo al suelo y con un arma en su mano me hacía señas para que me apurara. Y yo, con infinita calma, di algunos golpes a la puerta: oí un par voces graves y un hombre de lentes oscuros y gruesos se asomó por una ventanilla. Pareció estudiarme algunos segundos, pero pareció no notar, al abrir la puerta, la frialdad de mi rostro al saludarlo; la seguridad de mi mano al empuñar el revolver dentro de la chaqueta; la tranquilidad de mi alma al dispararles; la sonrisa acerada…
Cuando Luciano, el gusano, llegó pocos minutos después a la casa buscando refugio de todas las sirenas del mundo que lo rodeaban en el frío inverosímil de aquella noche, la luz ya estaba apagada.



Hugo Fernando Bahamón Gómez

martes, 21 de julio de 2009

visita de Octavio Escobar







El 7 de Julio nuestro taller recibió la visita del escritor colombiano Octavio Escobar. Durante dos horas compartimos ideas acerca de escribir y de ser escritor en el mundo contemporáneo.Octavio Escobar contestó las inquietudes de los talleristas y reflexionó acerca de la necesidad de circular lo escrito.



El punto mas interesante, para quienes lo escucharon, fue su reflexión acerca de la transformación de las fronteras entre los géneros. Ser narrador no significa ser cuentista o novelista o cronista , ser narrador significa contar historias. Ante esta afirmación, los talleristas han comenzado a tomar partido. Esperamos comentarios al respecto

jueves, 2 de julio de 2009

Los heterónimos y los seudónimos

En el ejercicio que hicimos de alter ego tuvimos que construir un personaje opuesto a nosotros y darle "volumen" intentando hacerlo verosímil. A lo largo de la historia de la literatura algunos escritores no sólo han plasmado sus alter ego en personajes de sus cuentos, se han plasmado ellos mismos, como en el caso de Borges personaje, o han inventado autores con personalidades autónomas que terminan por ser autores ybpersonajes creados por un primer autor.
A continuación "pego" una definición tomada de wikipedia que nos puede servir para comentar en el taller.
El término heterónimo deriva de heteronimia que es el fenómeno por el cual dos palabras con un contenido semántico muy cercano no comparten la procedencia de una misma raíz; por ejemplo: toro-vaca, caballo-yegua, etc.

Diferencia con seudónimo Puede también decirse que los heterónimos son seudónimos que poseen una personalidad definida e incluso una biografía inventada; sin embargo, no deben confundirse unos con otros. Los seudónimos son tan sólo nombres falsos con los cuales se firma una obra sin que intervengan directamente en ésta. Es decir, Gabriela Mistral es solo el alias poético de Lucila Godoy Alcayaga y ninguna de ellas se diferencia en nada de la otra; sin embargo Ricardo Reis y Fernando Pessoa, por ejemplo, son bastante distintos entre sí.

Los orígenes de los heterónimos hay que buscarlos en realidad en el
Romanticismo, si bien han existido desde muy antiguo; Shakespeare fue tenido por un poeta de poetas y sus personajes inventaron o crearon una poética y una cosmovisión diferente e independiente cada uno; falsarios prerrománticos como James Macpherson crearon a poetas que eran auténticos heterónimos, como Ossián, y lo mismo cabe decir de Thomas Chatterton, cuyo falso monje medieval Rowley creó todo un mundo de relaciones con otros personajes inexistentes, a la manera de un futuro Pessoa.

En Fernando Pessoa
El poeta portugués
Fernando Pessoa introdujo la noción de heterónimo en teoría literaria y es el mayor y más famoso ejemplo de producción de heterónimos. Para él ellos eran otros de él mismo, personalidades independientes y autónomas que vivían fuera de su autor con una biografía propia, esto es dotados de distintos caracteres que fraguasen lo que él llamó "drama em gente".. Son, por así decirlo, una especie de alter ego u otro yo del autor. Así fueron creados los autores Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Bernardo Soares, Antonio Mora, entre muchos otros de menor importancia y desarrollo, algunos de ellos femeninos, hasta un número total de 70, escribiendo una obra poética para cada uno.

Por otra parte, Antonio Machado creó varios heterónimos, que él llamó apócrifos o complementarios, entre los cuales los más importantes fueron el profesor de gimnasia Juan de Mairena y su maestro Abel Martín, entre otros esbozados y poco desarrollados para su "esencial heterogeneidad del ser" y el poeta Miguel de Unamuno engendró también a un heterónimo suyo, el poeta Rafael, un escritor becqueriano autor de Teresa. Félix Grande se sacó de sí al heterónimo Horacio Martín. Max Aub creó al falso escritor y pintor Jusep Torres Campalans, para el cual incluso pintó cuadros. José María Merino, por otra parte, creó con otros autores un heterónimo. En su novela "Rayuela", Julio Cortazar incluyó a un personaje llamado Morelli, un escritor a quien se le atribuye ser el heterónimo del autor del libro.

miércoles, 1 de julio de 2009

Entrevista con Nahum Montt


Entrevista con Nahum Montt
“Nadie escribe para complacer a su editor”
Tomado del periódico confabulación

Nahum Montt, es uno de los nombres sobresalientes de la novísima narrativa colombiana, obtuvo el Premio Nacional de Novela 2004 con el Eskimal y la mariposa, lo que le dio un cupo en el reducido espacio de las editoriales comerciales. Además se trata de un importante gestor cultural y difusor de la pasión creadora, al punto de que se convirtió en el piloto de la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa (RENATA), proyecto respaldado por el Ministerio de Cultura y cuya misión es llevar el secreto engranaje de las palabras a todos los sitios del país. Esta ardua labor ha contado con muchos adeptos pero, como ocurre siempre, también se ha visto cuestionada por innúmeros detractores, cuyo argumento central es que RENATA se encuentra en manos de unos pocos elegidos y que presenta algunos yerros en su estructura y en sus planteamientos. En esta entrevista, el novelista de Barrancabermeja (1967) sofoca estas inquietudes y nos revela a qué ficciones se aplica actualmente.

¿Por qué RENATA nunca ha involucrado la poesía en su oficio pedagógico? ¿Por qué la dramaturgia y el ensayo también son géneros proscritos por ese programa instituido por el Ministerio de Cultura?
En la actualidad existen 40 talleres vinculados al programa RENATA del Ministerio de Cultura, talleres que se dictan en bibliotecas públicas, centros penitenciarios, cajas de compensación familiar, comunidades étnicas, afro-descendientes y raizales. Entre ellos, dos talleres de poesía, bajo la dirección de Giovanny Gómez en Pereira y Felipe García en Popayán. En el mes de octubre se abrirán nuevas convocatorias para que participen los talleres literarios existentes y en proceso de gestación del país, que se encuentren interesados en participar en la Red. Cada dos años se abren estas convocatorias públicas. En cuanto a los otros géneros, ya existe la Red Nacional de Dramaturgia que trabaja en distintas regiones del país. Y en cuanto al ensayo, se están gestionando recursos para abrir un primer taller en Bogotá.

¿Cuántos Talleres están afiliados a RENATA en Colombia y quiénes son los escritores encargados de asistirlos, de darles herramientas teóricas y prácticas para su labor creativa, pues según algunos detractores es un “pequeño número de privilegiados, quiénes recorren el país con el dinero de todos los contribuyentes”?
RENATA ofrece a los talleres vinculados la posibilidad de participar en dos encuentros nacionales con sus directores de taller, la publicación de una antología que reúne los mejores textos, un portal en Internet que pone en comunicación los distintos talleres, la visita una vez al año de un escritor asociado y un proceso de acompañamiento integral que aporta en el mejoramiento de la calidad de cada taller. Desde el 2006 hasta hoy, veintidós escritores han visitados los talleres y compartido su experiencia en el oficio.

Usted es autor de El eskimal y la mariposa (Premio Nacional de Novela 2004) y de Lara, de reciente aparición… ¿Qué piensa de la nueva y exitosa generación de novelistas colombianos que algunos críticos han decidido llamar “Baby Boom” y unos más perversos “Bon Bon Bum”?
RENATA ha permitido evidenciar la enorme diversidad de textos que se están escribiendo en Colombia, más allá de adjetivos generacionales y autores mediáticos, nos encontramos con temáticas románticas, históricas, fantásticas, urbanas, leyendas recuperadas de la tradición oral, en fin, un horizonte bastante amplio.

¿Cree que el Rómulo Gallegos para William Ospina y el Casa de las Américas para Roberto Burgos Cantor orientan la apreciación de la literatura de nuestro país hacia un punto con mayor gravedad que la promulgada por la cultura de los best-sellers?
Los premios recientes reconocen la buena salud que posee nuestra literatura. El hecho de que estas novelas traten temas históricos es meramente circunstancial. Creo que ningún autor escribe para complacer a sus editores, ni lo hace pensando en ganarse un premio.

¿En qué libro trabaja ahora?
Como autor me siento privilegiado por la posibilidad que me ha brindado RENATA de sumergirme en el país y descubrir asombrado lo que los otros autores están escribiendo. Compartir con ellos las mismas obsesiones, inquietudes y expectativas ha sido una experiencia germinal en mi proyecto literario. En estos momentos me encuentro disfrutando del placer de la dispersión y escribo varios textos, que tal vez hablan siempre de lo mismo. Me divierto entrando en el género negro y es probable que alguna de estas novelas en las que estoy metido sea la siguiente en publicarse

Taller de creación con la escritora Pía Barros







el jueves 25 de junio, en Bogotá, algunos directores y talleristas de la red RENATA tuvimos la oportunidad de participar en el taller de minificción a cargo de la escritora chilena Pía Barros.Fue una experiencia que nos hizo reflexionar acerca de la circulación y publicación en los talleres.Si bien el trabajo de edición o de post escritura es el centro del taller, la circulación de lo escrito esimportante en tanto con ella se genera cultura.